El desafío independentista

Primero ley, después diálogo

La Razón
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Hoy lunes comenzará a vislumbrarse el final de trayecto para la deriva secesionista de Puigdemont al frente de la Generalitat. La incógnita es saber cómo se va a plasmar dicho final y eso tiene todo que ver con un movimiento de pieza sobre el tablero que el propio Puigdemont lleva días ponderando entre sus convicciones y deseos personales imposibles de hacer realidad, entre las presiones del indepedentismo talibán y entre una soledad que solo puede derivar en renuncia y elecciones. El todavía presidente de la Generalitat sabe que se encuentra en una posición muy cercana al jaque que será mate si acaba cediendo a las exigencias de la ANC y de una CUP que al fin y al cabo mantiene el mérito de haberle puesto sobre el tablero, más por kamikaze que por accidente o eliminación.

Si el «tozudo» Puigdemont como le conocen sus más allegados responde con un «sí» al requerimiento del Gobierno sobre si declaró o no la independencia, no será él quien acabe perdiendo, sino toda Cataluña y por extensión el resto del Estado ante la inevitable aplicación del tan traído y llevado estos días artículo 155, cuya primera consecuencia es la suspensión temporal de parte de la autonomía y cuyo sinónimo todavía sigue siendo el de «vértigo» para el Gobierno central, partidos constitucionalistas que lo apoyan y también para un catalanismo de buena fe que todavía se pregunta ¿cómo hemos llegado a esto?

La pasada semana fue especialmente dura para esa mayoría de catalanes que claman por el «seny» y tampoco esta va resultar sencilla, porque el diálogo necesita de un salvoconducto inexcusable como es el respeto a la legalidad y a las normas del Estado de derecho y ese salvoconducto sigue en manos de Puigdemont. Basta con decir «acató las leyes y reglas del juego para poder cambiarlas», así de sencillo. Es la simple receta que no pueden dejar de exigir los representantes del aplastantemente mayoritario bloque constitucionalista y que no dejan de sugerir agentes sociales y económicos en la línea de esa corta pero clara frase escuchada estos días, «diálogo con ley».

Sin embargo los beneficiarios de décadas de manipulación, propaganda y victimismo no parecen muy dispuestos a asumir esa máxima de toda democracia que es hablar dentro de la legalidad y tal vez por ello persisten en una estrategia que –no nos engañemos– ha dado sus réditos y que no es otra más que continuar insuflando en clave interna con una tan exitosa como deplorable política de comunicación, la idea de la cerrazón al «diálogo sin más» de un estado bunkerizado y en clave externa, –sobre todo en Bruselas capital europea de corresponsales– con ese mantra de unos «rebeldes» modernos, formados en idiomas, gentes sociables que quieren votar y que se presentan como los buenos de la guerra de las galaxias frente al Darth Vader de las peores esencias franquistas. Es todo lo que le queda en este fin de trayecto al secesionismo, el recurso de la superchería envuelta en un relato fácil que todavía algunos siguen comprando.