Sexo

Prostitutas de plástico

La Razón
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Se ha abierto en Barcelona el primer burdel de muñecas. De momento han realizado cuatro. Debe ser caro hacer esas «preciosidades» con sus tres orificios perfectamente diseñados, su piel casi humana, sus articulaciones de bailarina. Allí esperan a los clientes Kati, «de pechos grandes y mirada penetrante» o Leiza, «una diosa de ébano hecha muñeca» o la asiática Lily, «delgada, con cintura de avispa y pechos naturales» o Aki, para los amantes del «Anime Japonés». Ciento veinte euros costará estar con ellas una horita. Aunque también puedes pasar la noche por otro precio. No sabemos si hablan, si le dicen al cliente al oído que le quieren, o escuchan sus cuitas. Supongo que se llegará a eso, pero de momento parece que no, que sólo se dejan hacer; calladas, sumisas y perfumadas. Pues bien, a mí no me parece nada extraño que alguien haya pensado en este negocio. Si hay hombres, demasiados quizá, que lo único que necesitan es desfogarse y no les sirve hacerlo con sus propios recursos, mejor que usen muñecas que mujeres pobres. Si hay hombres que necesitan sentir que tienen un poder efímero sobre alguien a costa de su dinero, mejor que sea sobre una lumi de plástico que sobre una muchacha que ha sido engañada en la trata de blancas. Si hay hombres que han renunciado al cariño, a la posibilidad de amar y sentirse amados, aunque sea por una noche, mejor que vayan a ese prostíbulo figurativo y saquen su dolor o resentimiento con mujeres sin corazón. Me parece triste, mucho. Porque para mí el sexo sin comunicación, sin, al menos, la ternura momentánea de esa entrega, me resulta atroz. Pero así parece que estamos, sin esperanza.