El desafío independentista

Puigdemont, ¿tienes miedo?

La Razón
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El miedo se adentra en las calles ya a modo de humo denso, no como hasta ahora que era un viento invisible un tanto hosco en una ciudad de apariencia feliz, aunque tuviera un poso amargo en las casas de los que no comulgan con la religión de los rebeldes.

Ahora los lobos enseñan los dientes a los corderos que necesitan para su aquelarre. Pintan sus fachadas, intimidan a sus familias, reciben mensajes por ser disidentes o colaboracionistas. Esa es la democracia en la tierra prometida de Puigdemont. Al que piensa distinto se le amenaza de muerte, que es la manera civilizada de arreglar los problemas. Ya no es una protesta contra la legítima autoridad del Estado en los símbolos de la Policía Nacional y la Guardia Civil. Es un escrache a los ciudadanos que defienden la legalidad sobre la que escupió el president, el hombre que engañó a todo un pueblo y pillado en el renuncio lo lanza contra la democracia en vez de rendirse y alzar una bandera blanca que anticipe un diálogo leal. Antes se envolvía en la estelada y ahora se esconde detrás de la turba. Id vosotros a recoger los frutos de mi fracaso.

Nunca se sabe cómo puede acabar un incendio callejero. Las primeras chispas no presagian nada bueno. Hay cientos de miles de catalanes que temen por su seguridad. Y no son menos catalanes que el resto. Algunos conservan intactos sus ocho apellidos. Los que no tiene el comandante en jefe de esta nave de los locos. Pero no están de acuerdo con usted y su corte de pirómanos. También es legítimo ser independentista. No así. Marcando a las ovejas con sangre política para que las fieras husmeen su rastro. Haga su trabajo. Termine con el drama antes de que desemboque en tragedia lo que comenzó en comedia y circo de los payasos. La política es el arte de lo posible, lo contrario al quimérico inquilino de la Generalitat.

Tirar contra Juan Marsé, por ejemplo, gloria y emoción de la literatura catalana, es ir más allá de utilizar tácticas de mal portero de discoteca. Es meterse en la vida de los otros, que es lo que va dejando ese humo espeso, una red de chivatos de una stasi meridional. Incluso en el hipotético caso de que un día Cataluña sea independiente, porque así lo decidan previa consulta a todos los españoles, no puede construirse una nación que se mire al espejo sin vergüenza con el miedo de los silenciosos. De lo contrario, Cataluña tendrá su propia «Patria», el relato de los que se escondían de los matones, una tierra en la que no merecerá la pena vivir. Serían independientes pero no libres.