Cristina López Schlichting

Reconciliación entre hermanos

La Razón
La RazónLa Razón

Los hermanos Valls se han peleado en Twitter por culpa del 155. El ex primer ministro francés, Manuel Valls, escribía contra la declaración de independencia: «Tenemos que apoyar la respuesta del Estado democrático de España». Su hermana, Giovanna Valls, que sigue residiendo en Barcelona y que votó «no» el 1-O, contestó: «¡Por Dios, basta! ¡Por el abuelo Magí! Ni es democrático ni lo es el 155. ¿Desde cuándo se ha visto cosa tan bestia como suspender las libertades?». El abuelo en cuestión era un catalanista que en 1929 fundó el diario católico El Matí. Los hermanos Valls se reconciliaron por whatsapp después, pero está claro que son ciertas las encuestas que revelan que una mayoría de catalanes ha tenido que evitar temas políticos con los íntimos.

Cataluña está partida en dos y ambos lados mantienen un diálogo de sordos. No estoy haciendo juicios políticos, sino hablando de un estado de cosas. Donde el español dice «ley», el separatista entiende «represión». Donde el separatista dice «democracia», el españolista reconoce «golpe de estado». Donde uno ve urnas el otro ve una dictadura del pueblo. La impermeabilidad de ambas partes es tanta que hay quien niega al otro el derecho al patriotismo. El viernes leía una carta al director de «La Vanguardia» de un lector separatista, Jan Pujol: «El independentismo somos todos aquellos que queremos nuestra tierra, nuestra lengua, nuestra cultura y, por encima de todo, la democracia». ¡De un plumazo se cargaba este señor el amor a la tierra de los demás!

En un indispensable artículo titulado «Reconciliación» alertaba Josep Antoni Duran Lleida de la violenta ruptura de la convivencia. Debido al procés, explicaba, las instituciones han saltado por los aires en su papel unificador: el parlament, la lengua, el sistema educativo, la TV3 ya no son instrumentos de cohesión social, sino cuñas que dividen. Una verdadera tragedia que cabe preguntarse si seremos capaces de superar.

Pasado el cinturón industrial de Barcelona, se adentra una en un territorio nacionalista donde se vive en una arcadia ajena a España. La diferencia entre este independentismo y cualquier otra posición política radica en que la resolución de todos los problemas se confía a la secesión. Y cuando digo todos, quiero decir todos: financieros, culturales, sociales... autogobierno significa felicidad. Eso explica por ejemplo que, según los datos de la empresarial FEPIME, que agrupa a la mediana y pequeña empresa catalanas, un 60 por 100 de los socios estén dispuestos a perder dinero por la independencia. Se identifica la Cataluña «libre» con el cielo en la tierra. ¿Cómo relacionarse con personas que confían para su realización en una máxima ideológica?

Echo en falta en estos días –quiero pensar que tras las elecciones del 21-D tal vez se haga algo– un liderazgo para la reconciliación. Alguien que comprenda que da igual repetir argumentos, porque ambas partes no se entienden. Que hay que empezar a construir juntos, a caminar juntos, de modo que en el común trabajo tengamos una oportunidad de reencontrarnos como simples seres humanos necesitados. Vamos a tener que convivir.