Gonzalo Alonso

Recuerdos de «Parsifal»

La Razón
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El Teatro Real ha levantado de nuevo su telón con «Parsifal». Los medios nos han contado ya todo sobre producción y artistas. Sin embargo, esta partitura está llena de recuerdos para quienes hemos vivido el Real desde su reapertura y no está de más recordar algunas cosas, incluso añadiendo novedades de un tiempo pasado, de aquel que viví como miembro de su comisión ejecutiva de cinco personas.

Lo primero que me viene a la memoria es la insistencia de la entonces intendente del teatro, Elena Salgado, en inaugurarlo con «Parsifal». A ella le gustaba la música, pero tenía pocos conocimientos sobre ella y, en concreto, sobre la ópera de Wagner. ¿Sabes que es muy larga? Le advertí y ella me contestó «No tanto, sólo dura dos horas», a lo que le respondí «Dos horas el primer acto y cuatro y media entera». El día en que se discutió el tema en comisión, sólo puse una objeción: «Sed conscientes de que asistirán los Reyes y para el Rey será un problema la duración». «Es su trabajo», concluyó, pero yo tuve seguro, al mirar la cara del resto, que no se abriría con «Parsifal». Las razones por las que ella y Lissner querían esta obra quedan para contar en otra ocasión y, desde luego, no tenían nada que ver con el hecho de que el Real pudiese presumir de ser uno de los primeros en el mundo en haberla dado a conocer una vez finalizada la exclusividad de Bayreuth el 1 de enero de 1914.

No lo reabrió pero llegó en marzo de 2001, ochenta años después de su última representación en él y por empeño personal de su entonces director artístico, Luis Antonio García Navarro, a quien muy adecuadamente se dedican las funciones actuales. La escena fue un total error, fea e incoherente como pocas. Michael Grüber la diseñó en coproducción con el Covent Garden –ya entonces se colaboraba con él– a partir de la de Ámsterdam. En cambio el cast fue sobresaliente: Domingo, Grundheber, Salminen, Baltsa... ¡Otros tiempos!

García Navarro se encontraba ya muy enfermo de cáncer de páncreas y tanto los ensayos como las representaciones fueron un suplicio para él. Emocionaba y entristecía verle al límite de sus facultades físicas, sus esfuerzos para subir al podio y con Domingo, teniendo que desabrocharle los zapatos tras alguna función. Pero él quería estar al pie del cañón hasta el final. El público, una parte del cual le había estado injustamente abucheando en los últimos tiempos, reaccionó con cariño y el maestro cosechó su mayor triunfo en el Real con quince minutos de aplausos. A los seis meses fallecería.

Todo ello invade estos días cabeza y sentimientos: la frivolidad de la que ya hacía gala la que luego fue la ministra de Economía que llevó España al desastre, los intereses inconfesables de un Lissner del que queda mucho por contar, la lucha titánica de un auténtico hombre de ópera y la genial partitura de Wagner.