Francisco Marhuenda

Recuperar a los desencantados

La Razón
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El análisis del resultado de las elecciones municipales y autonómicas no se puede simplificar adjudicando etiquetas de ganadores y perdedores, porque es muy complejo. No fue bueno para el PP, pero tampoco un desastre, y el mismo criterio se puede aplicar al PSOE. Hay un retroceso de ambos partidos y la irrupción con fuerza tanto de Podemos como de Ciudadanos, pero de momento no está en peligro lo que se ha venido denominando como bipartidismo, aunque sea realmente imperfecto. No hay un turno de partidos como sucede en Gran Bretaña o Estados Unidos. Hay un sistema de balance de poder que hace que España sea singular, porque no se puede olvidar el peso que han tenido los partidos nacionalistas y también las comunidades autónomas. Es cierto que en algunas ocasiones, como ha sucedido en esta legislatura pero también en otras, el partido en el Gobierno puede acumular importantes cuotas de poder territorial.

El PP perderá el poder en algunas comunidades autónomas, diputaciones y capitales. No es bueno. Es cierto que el PSOE tendrá que pactar con Podemos y no será fácil, porque no es IU. El socialismo no es la fuerza hegemónica de la izquierda y en un momento malo para el PP ha retrocedido frente al resultado de 2011, que ya fue muy malo. El recuperar esos gobiernos será a costa de una gran debilidad e incluso es probable de inestabilidad. No hay que olvidar que el objetivo prioritario de Podemos y su líder, Pablo Iglesias, es desbancar al PSOE y no ejercer de muleta como ha hecho tradicionalmente IU. Es un cambio sustancial en la izquierda, porque Iglesias no le otorga al socialismo la condición de líder en este terreno.

No estamos ante unos políticos que se quieran repartir unos cargos, sino que buscan una transformación profunda de la izquierda, y no lo conseguirán siendo los «niños buenos» que permitan que el PSOE de siempre gobierne sin problemas. En algunos casos, los líderes de Podemos consideran que son la misma «casta» que tanto han criticado. El permitir una gobernabilidad continuista entraría en colisión con su estrategia de «asalto» al poder.

Lo sucedido en Barcelona y Madrid es muy significativo. Podemos ha visto que colocando a personas con un determinado perfil, ambas muy distintas, le favorece electoralmente. El PSOE ha caído a quinta y tercera fuerza. Es un dato inquietante que debería llevar a que Pedro Sánchez reflexionara sobre su «éxito» electoral.

Rajoy se dado cuenta de los errores que ha cometido y tiene tiempo de enderezar la situación para conseguir la victoria en las generales. Es cierto que la pérdida de poder territorial es siempre un problema, pero afortunadamente las reformas estructurales están hechas, aunque creo que deberá continuar porque necesitamos que España sea competitiva en todos los terrenos. Su intervención ayer fue muy certera porque reconoció que el resultado no era bueno, aunque el PP sea la primera fuerza política. Es cierto que España ha sufrido la mayor crisis desde la posguerra, pero lo importante era, es y seguirá siendo saber comunicar. No se ha hecho bien y lo fundamental es asumirlo para corregir los errores. Otro aspecto clave es que el PP tiene que ser el PP y no una especie de estructura tecnocrática e ideológicamente evanescente que pretenda complacer a quienes nunca le van a votar.

Rajoy es un buen candidato a pesar de los «listos» que pretenden su jubilación para que gane la izquierda. Nada les resultaría más útil que su renuncia. El resultado es una oportunidad para sanear el PP, ofrecer un mensaje de renovación e ilusión para recuperar a los millones de votantes que se han quedado en su casa o han optado por Ciudadanos. No hay nada perdido, porque hay mucho partido por jugar. Hay que acabar con las excentricidades de los dirigentes que quieren ser «barones rojos» para que la izquierda les diga que tienen buen rollo y no parecen del PP. En 2011 ganó desde la fuerza de un gran partido que no tiene que tener ningún complejo por ser de centro derecha, y si hay alguien de su entorno, más o menos directo, que no se siente cómodo, lo mejor que puede hacer es enviarlo a su casa. No se les necesitó en 1996, tampoco en 2000. El PP nunca ha necesitado otra cosa que defender sus ideas para convencer a los españoles. El poder siempre atrae a arribistas, pero lo mejor es prescindir de ellos.