PSOE

Recuperar la calle

La Razón
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El secretario político de Podemos y portavoz en el Congreso, Íñigo Errejón, dijo el pasado martes que su partido debía ser como una fuerza anfibia: «tan útil en la calle como en las instituciones en las que está». Esta estrategia no era una cuestión menor. Su apoyo a una mayoría alternativa en el Parlamento chocaba con las manifestaciones de ese mismo día de su jefe. Porque para Pablo Iglesias el Parlamento ya no era suficiente y decidió, ahora que ya no va a ser vicepresidente del Gobierno ni a tener cinco ministerios, lanzarse de nuevo a la calle para convertirla en el escenario de su lucha política.

En realidad lo que le pasa a Pablo Iglesias es que ha equivocado su discurso. Lo ha dicho él mismo. Pensó que la moderación le iba a convertir en líder al menos de la oposición y se encontró –a pesar de Pedro Sánchez– con un voto socialista que aguantaba el empuje del populismo y relegaba las estrategias electorales de Podemos a un tercer puesto... y bajando. Pero la cosa no queda ahí. Lo que vislumbra Iglesias en el horizonte es aún peor: un PSOE que se hará más fuerte en la oposición y que aquellas movilizaciones que tanto prestigio y apoyo le dieron –desde el 15-M a las movilizaciones en Galicia y Cataluña– se diluirían en ese Parlamento para el que no están hechos, por su falta de argumentos y proyecto. Como en los ayuntamientos en que mandan.

Pero la cuestión es más complicada de lo que se imaginan. Aquellos movimientos de protesta que aglutinaban a grupos y personas del cariz más variado ya han conocido al auténtico Pablo Iglesias. Estos trescientos y pico días sin gobierno nos han permitido descubrir muchas cosas pero, entre otras, la sed de poder que albergan aquellos que dicen que sólo quieren el bien de la gente. Cinco millones de votos y 71 escaños en el Congreso fueron muchos millones, pero pueden moverse de nuevo al PSOE si éste logra recomponer lo que el postzapaterismo casi destruye. Por eso cree Iglesias que la solución está en volver a la calle. Y ha ido a ello.

Lo que ayer vimos en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid, cuando unos 200 violentos –que ocultaban su rostro con caretas y capuchas– obligaron a suspender una conferencia del ex presidente del Gobierno Felipe González y del editor de «El País», Juan Luis Cebrián, es sólo el aperitivo. Los gritos y lemas que coreaban «fuera, fascistas, de la universidad», eran en realidad consignas de sus jefes que ya habían advertido de que aquellos conferenciantes no serían bienvenidos en el recinto universitario. Pero aunque la protesta fue convocada por una sedicente Federación Estudiantil Libertaria (FEL), el autobús que trajo a otros enmascarados desde la facultad de Psicología ya dejaba clara la organización y responsabilidad de la protesta.

Se podrá agitar la calle, siempre que se asuman las consecuencias. Pero lo que no es de recibo es que, cuando ayer mismo el PSOE salió a defender a su antiguo secretario general, acusando a Pablo Iglesias de estar detrás de las protestas, el líder de Podemos reculara calificando lo que fue un ataque a la libertad de expresión de una mera «protesta estudiantil». Eso sí, siempre en Twitter, que es donde se dan pocas explicaciones porque tampoco caben.

El futuro de Podemos es incierto,y el nerviosismo puede provocar reacciones incontroladas. Sólo espero que esta vez, ya que estamos vacunados de populismo, no consigan contagiar a los dirigentes del PSOE ni de otros partidos de izquierdas.