Restringido

Reflexionando, que es gerundio

Como cada vez que hay una convocatoria electoral, en los últimos días he escuchado algún debate sobre la bondad de la existencia de la jornada de reflexión. La verdad es que los argumentos de unos y otros se sustancian en razones mejor o peor traídas y no es fácil determinar quién está en posesión de la verdad.

En España se contempla, por Decreto Ley, desde 1977 y nunca se ha modificado. El artículo 38 establece que «la campaña de propaganda electoral durará veintiún días y deberá terminar a las cero horas del día inmediato anterior a la elección». Tampoco se permite la publicación de encuestas electorales la última semana de campaña. Ni la Ley Electoral de 1985 ni la LOREG aprobada en el 2011 han alterado la existencia de un día en blanco en la víspera de las elecciones.

¿Tiene sentido esa jornada reflexiva cuando en la misma Ley Electoral ninguna de sus prohibiciones afectan al ámbito privado y los ciudadanos podemos ejercer la comunicación interpersonal sin trabas?, se preguntan sus detractores. Arguyen que la democracia española es suficientemente madura como para necesitar tutelas de este tipo y que los ciudadanos están acostumbrados al bombardeo de información política a diario. Además, defienden que un día en blanco, en víspera de elecciones, no es propio de democracias consolidadas, y ponen como ejemplo países como EE UU, Alemania y Reino Unido.

Otros defienden que la liturgia electoral exige un día sin pedir el voto, que ayuda a atemperar los ánimos y que después de la intensidad de los últimos días de una campaña electoral es necesario un poco de oxígeno para tomar distancia y enfriar la decisión. Que hay otras democracias que sí respetan periodos de silencio político para que los votantes decidan en conciencia después de valorar las propuestas de los diversos actores políticos y se fijan en Francia, Portugal e Italia.

Lo cierto es que no creo que nadie tome la decisión el último día o que los últimos mensajes electorales inclinen la opinión de alguien. Por tanto, será un día sin petición de voto, pero no de reflexión como tal. La víspera electoral se ha convertido en otro día de campaña más, pero especializado en aspectos más personales de los candidatos en liza. No hay asesor político que no recomiende una imagen posada familiar, a ser posible en un parque o en un entorno exterior que aporte imagen de cercanía del candidato y a ser posible, paseando un perro. Los perros son electoralmente eficaces, especialmente los de pequeño tamaño, esto es una regla básica en las campañas estadounidenses.

No soy tan ingenuo como para pensar que el envolvente no tiene su importancia, que los eslóganes adecuados repetidos machaconamente no sean eficaces, pero basar solo en eso la acción política es, sencillamente, frivolidad.

Pero a cuento de este debate, se me ocurren algunas cuestiones. Quizá el problema no sea la existencia de un día de silencio, sino que estamos convirtiendo nuestro sistema político en una democracia poco reflexiva, en un ir y venir de eslóganes y de proclamas, muy manidos en muchos casos, donde lo superfluo y la imagen superan el contenido y el fondo de las cosas, y donde las encuestas se fabrican con objetivos espurios y no como termómetros de la opinión ciudadana.

Existen tres agendas: la política, la mediática y la ciudadana, y difícilmente suelen coincidir las tres. Ocupan el interés político y mediático la anécdota o el intento de desgaste del adversario en el último momento, o sencillamente una puesta en escena diseñada desde laboratorios de comunicación política cuyo solo cálculo de costes ofende a muchas personas.

Si queremos mejorar en salud democrática, deberíamos serenar nuestra democracia y hacerla más reflexiva el resto de los días que no son el día de reflexión. No veo que exista la necesidad de una jornada de reflexión, pero tampoco creo que aporte mucho eliminarla. Sin embargo, nunca se encuentra espacio para contraponer programas, ideas y modelos y aquí sí deberíamos poner el acento. La política es el marco en el que se resuelven los problemas de la gente, y los medios de comunicación la correa de transmisión que da luz a lo que ocurre en la sociedad y a lo que ocurre en el debate político. La agenda no la pueden marcar ni unos ni otros, muy al contrario, ambos deberían ajustar su agenda a la de la gente que cada día se levanta y hace funcionar este país.