Medidas económicas

Reformas en vez de deuda

La Razón
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La Seguridad Social cerró 2016 con un déficit de casi 20.000 millones de euros. Las cotizaciones no alcanzan para cubrir el pago de las distintas modalidades de pensiones, lo que ha obligado al sistema a echar mano del Fondo de Reserva durante los últimos ejercicios. Este Fondo, creado por el Gobierno de José María Aznar en el año 2000, llegó a tener un capital de 67.000 millones de euros en 2011. Desde entonces, y debido al agujero de nuestro sistema de previsión social, sus disponibilidades han ido menguando hasta alcanzar la ridícula cifra de apenas 15.000 millones de euros.

Llegados a este punto, debería ser obvio que este instrumento financiero, presuntamente dirigido a garantizar sine die la sostenibilidad de las pensiones públicas, ya no nos sirve: es verdad que nos ha permitido capear una de las crisis económicas más duras de nuestra historia sin vernos abocados a emitir aún más deuda estatal, pero nada más.

La viabilidad futura de la Seguridad Social no dependerá de este capitidisminuido fondo, sino, en esencia, de que seamos capaces de relanzar sus ingresos por encima de los gastos (o, al revés, de moderar los gastos por debajo de los ingresos).

De ahí que los intentos del Gobierno por evitar su completo agotamiento –esta vez, mediante un crédito extraordinario del Tesoro– tengan un objetivo más simbólico que económico: ningún partido quiere colgarse la medalla de haber sido el culpable de consumir la totalidad del Fondo, pero de facto eso es exactamente lo que ha sucedido. Por ello, si dejamos de lado la propaganda política, toca articular medidas para poner coto al enorme déficit de la Seguridad Social: en primer lugar, es necesario aumentar los ingresos mediante una más intensa creación de empleo (algo que puede lograrse ahondando en la liberalización del mercado laboral); en segundo lugar, y sobre todo, hay que atajar el crecimiento de los gastos mediante otra revisión –la enésima– de las condiciones de acceso a la jubilación.

Resulta lógico que a ningún mandatario le guste adoptar decisiones tan impopulares y que prefiera aparentar normalidad en medio de la tempestad, pero su irresponsabilidad electoralista presente será nuestro doloroso empobrecimiento futuro.