Toros

Alfonso Ussía

Reventadores

La Razón
La RazónLa Razón

Llevo años considerando al publico de Las Ventas de Madrid como el más temeroso de España. Diez tendidos sometidos a las groserías paletas del undécimo, el tendido del 7. No se trata de una cuestión taurina, sino social. En ese tendido prevalece la predisposición a reventar lo que sea, y el resto de la plaza no se atreve a enfrentarse al resentimiento. Me produce indignación y misericordia, simultáneamente. Indignación por la falta de respeto a los toreros y a los ganaderos que no convidan en invierno a los gerifaltes del 7 a tientas y festejos. Y misericordia, porque lo pasan muy mal. Esperan todo un año para que llegue la feria de San Isidro, y cuando mayo nos alcanza, rescatan de un cajón su pañuelo verde, y marchan felices hacia Las Ventas del Espíritu Santo a enfadarse una barbaridad.

Con la corrida, desigual e interesante de Núñez del cuvillo, el 7 hizo el ridículo con dos toros. El 7 es culpable de que muchos toros, hechos y derechos, con años y trapío, sean desechados en Madrid por falta de peso. Toros que en otras plazas son válidos, en Madrid no sirven porque a los del 7 le gustan los toros gordos y sobrealimentados. La furia sindical del 7 se manifiesta abrumadora en las llamadas «corridas de clavel». Esos tendidos de sombra con tantos aficionados de los de verdad. Esos tendidos de sol que llevan decenios demostrando su sabiduría y su libertad, se callan a expensas de lo que opinen los reventadores. Y si el torero es ya una figura, la animadversión adquiere tintes de venganza. Aborrecen a quien, abajo en la arena, gana más dinero de lo que ellos consideran justo. Y no pasan ni una al maestro de turno, ni al toro, ni al mozo de espadas, ni a la vaca que parió al toro ni al sobrino en segundo grado del ganadero. Y no olvidemos el «¡Cojo, cojo, cojo»! cuando el toro que no está cojo pero sí entumecido irrumpe en el ruedo. Habría que tratar al ganado con «reflex» para que esta gente no se precipitara tanto.

Me pregunto desde hace muchos años y no he sabido responderme. ¿Qué placer sienten los reventadores machacando una tarde que podría haber sido magnífica? ¿Por qué les molestan tanto los honorarios de las figuras del toreo? ¿Por qué no se han atrevido ellos a serlo? ¿Por qué desahogan sus frustraciones envileciendo el ambiente? Para mí, que hay un trasfondo político más que una exigencia taurina en sus reacciones programadas. ¿Que torea El Juli? Pues vamos a por el Juli. ¿Qué torean Ponce, Talavante, Morante, Roca Rey o Perera? Vamos a fastidiarlos. ¿Qué los toros son de un ganadero que no nos convida a tientas y comidas en el campo? Pues los toros serán todos pequeños, sin trapío, cojos o blandos. Así funciona más o menos ese tendido que domina al resto de la plaza. Ese tendido que ha convertido a la plaza de Las Ventas en un parlamento vociferante donde sólo ellos se atreven a intervenir. Es culpa de ellos. Pero más aún de los medrosos, los silenciosos, los que miran hacia el 7 para ver si tienen permiso para aplaudir, o pedir la oreja, o jalear, o protestar. En los platós de las televisiones con público, prevalece un sistema ridículo. De cuando en cuando, un ayudante de producción eleva un cartel en el que se lee, «aplaudan». Y el público aplaude. Más o menos, tal cosa sucede en Las Ventas. Ellos, los del 7, son los propietarios de la verdad, de la pureza, del arte, del riesgo, del premio o del castigo. Han sido muchos los toreros que han pasado por la enfermería acuciados por las exigencias de estos puristas paletos. La Fiesta es fiesta. Alegría, arte, riesgo y seriedad. Jamás odio o envidia. El arte de la tauromaquia no puede estar en manos de los reventadores.