Ángela Vallvey

Ricos

La Razón
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Los manuales de economía clásica aseguraban que «ningún hombre (sic) que trabaje con sus propias manos» con materiales que solo él posee o crea, con herramientas propias, puede producir lo bastante para convertirse en inmensamente rico. Quien quiera ser asquerosamente rico, decían, debe apropiarse de una parte de lo creado o generado por otros muchos individuos. O sea, quitarle al prójimo, de una manera lo más cauta posible, una porción de lo que poseen. La historia de la riqueza, contaban estos clásicos, no es más que el relato de los ardides o trucos mediante los cuales una persona, o un pequeño grupo, se apodera del producto del trabajo de muchos otros. El asunto comenzó con la propiedad de tierras y el uso –pero, sobre todo, el abuso– de la esclavitud, que proporcionaron enormes fortunas a los poseedores de fincas o seres humanos, y andando el tiempo y la historia –con muchas vicisitudes ocurridas entre medias, que pueden ir de la invención de la moneda al crédito, de la tecnología a las guerras coloniales o el marxismo...–, hemos terminado en una época donde se abre paso con fuerza la idea de la economía «colaborativa», que prefiere «compartir» a «poseer». Las nuevas tecnologías, y la recesión económica mundial, han hecho que el concepto del «intercambio» de bienes y servicios se desenvuelva a lo largo de todo el planeta con una energía apabullante. Sus defensores arguyen que el capitalismo deja muchos perdedores que, sin embargo, mediante este sistema consiguen disfrutar de cosas que nunca podrían permitirse si tuvieran que comprarlas: un apartamento (Airbnb), coches (Bla Bla Car), transporte con chófer (Uber, Cabify)... Sin embargo, lo que parecía surgir de un pensamiento opuesto a un capitalismo «deshumanizado» se ha materializado en muy poco tiempo en una serie de «empresas» gigantescas que facturan miles de millones al año y cuya competencia es feroz, ultracapitalista e imbatible, y amenaza con destruir negocios tradicionales que, hasta que llegaron estas enormes compañías, proporcionaban los mismos bienes y servicios (por ejemplo, transporte y alojamiento). De manera que, siguiendo la lógica económica de los clásicos citados, si alguien está haciéndose inmensamente rico con la «economía colaborativa» será que ésta no es tan altruista, sino la manera en que la tecnología ha cambiado las reglas del mercado tradicional para lograr que unos pocos consigan una parte de lo que poseen muchos y así convertirlos en millonarios... rápidamente.