Elecciones Generales 2016

Rivera, condenado

La Razón
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Convencido de ser decisivo, pero con una prepotencia mal calculada, se ha quedado en el camino. Es el análisis claro de los resultados para Albert Rivera. Pero, a tenor de los resultados obtenidos, aún le queda demostrar un sentido de Estado para forjar un gran bloque de centro derecha y frenar cualquier alternativa del frente de izquierdas. En sus inicios, era Ciudadanos la marca blanca del PP, una derecha disfrazada, según aseguraba Pedro Sánchez y altos dirigentes socialistas no hace muchos meses. Para el PSOE, el líder de C’s era un chico de derechas obsesionado con quedar bien con todos. En la formación naranja, el secretario general socialista era un líder tibio ante la unidad de España. Pero un tacticismo político erróneo llevó a Rivera a un pacto con Pedro Sánchez que, a todas luces, le ha pasado factura y que revela su única obsesión: echar a Mariano Rajoy y al PP como sea.

Lo de menos fue el contenido de ese pacto, claramente insalvable sin el apoyo del PP. Intangible hablar de una reforma constitucional sin el respaldo de los populares. Y mucho menos escupir contra la corrupción cuando apoya sin fisuras al PSOE en Andalucía con el fantasma cruel de los ERE. Una doble vara de medir cimentada en los egos personales de dos líderes con ambiciones diferentes. Sánchez se había entregado de hoz y coz a Podemos, pero Rivera pudo jugar mejor sus cartas, fortalecer con el PP un gran pacto de centro-derecha y no escudarse en ese canto agresivo contra Mariano Rajoy. Nadie, y sobre todo los poderosos empresarios que le han financiado, pueden ahora entender ese ataque desaforado contra Rajoy. Rivera pasó de la nada al todo en la escena nacional. Defensor a ultranza de la unidad de España, que tan buenos réditos le dio en Cataluña, bastó su irrupción en la política nacional para caer en los brazos del PSOE. A la vista está que no le ha dado un buen rédito. Sus portavoces en Madrid, Ignacio Aguado en la Asamblea de la Comunidad, y Begoña Villacís en el Ayuntamiento, han sido un auténtico fiasco que se han dedicado a solapar al PSOE y hacer la vida imposible al PP. Esto le ha pasado otra buena factura, porque bajo esa innovación transversal de querer quedar bien con todos, ha acabado siendo el perejil anodino de todas las salsas. Una verdadera lástima.

Profundo admirador de Adolfo Suárez y exégeta de esa transición que nunca vivió, Rivera ambicionaba ese partido moderado, centrista y bisagra entre la derecha y una izquierda radical. Pero equivocó la jugada al entregarse a Pedro Sánchez a cambio de nada y erigirse en espadachín para cercenar la cabeza a Mariano Rajoy. En su discurso contra la corrupción se saltó las líneas rojas olvidando sus alianzas en Andalucía. Si hay algo peligroso para un partido político es quedarse en tierra de nadie, y eso es lo que en una campaña tan polarizada ha sido Ciudadanos. El centro siempre fue diálogo y no vetos, algo que Rivera no supo calcular. En su obsesión por hablar con todos, sólo puso una objeción: la figura de Rajoy. Pero, ¿Qué le he hecho yo a este joven para que me ataque tanto?, confesaba el propio Rajoy durante la campaña ante los continuos daros del líder naranja. Dirán que no han perdido tanto, que mantienen su electorado y que serán decisivos. Pero lo cierto es que Ciudadanos arroja un fracaso y deberá ahora definirse en serio. O se ubica de verdad en el espacio de centro-derecha y facilita un apoyo al PP por encima de vetos personales contra Rajoy, o sucumbe a las fauces de un frente de izquierdas radical que lamina las esencias de su propio partido. Esta ambigüedad le ha pasado factura en Cataluña, donde llegó a ser la gran esperanza blanca contra el separatismo y la desperdició tras su pacto con el PSOE, y puede llevarle por la borda si no cambia de estrategia. Ante un socialismo en caída libre y un Podemos radical, Albert Rivera pudo jugar a ser el nuevo mago de la nueva transición y se quedó en aprendiz de Pedro Sánchez. Entre todos cuantos le apoyaron, sobre todo en los poderes financieros, su balance es de gran decepción.

Su campaña fue lejana a la calle y distante. Rivera es un hombre tímido y se le nota. En su equipo montaban una especie de «guardia de corps» para resguardarle y ha sido negativo. A pesar de la complicidad de algunos sectores mediáticos, su gran fracaso ha sido creerse el «rey del mambo» de un centro político que hoy por hoy personifica el PP y a quien él ha querido censurar. El balance de gestión de sus personas de confianza en Madrid es nefasto y su política ambigua ha dejado en mal lugar a su líder en Cataluña, Inés Arrimadas, quien mal podrá explicar sus desencuentros con el PSC mientras Rivera pacta con Pedro Sánchez en Madrid. Sus resultados con respecto al 20-D revelan lo erróneo de su estrategia. Tal vez, enun nuevo Congreso de los Diputados, pueda reaccionar y colaborar en un posible Gobierno estable y sólido.