El desafío independentista

Robo de carteras

La Razón
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La trastienda de la reunión entre el vicepresidente Junqueras y la vicepresidenta Sáenz de Santamaría era un hervidero de chispas, codazos, zancadillas, empujones y estirones de pelo. No se crean, no es lo que parece. Los trompazos no se producían entre los equipos de los vicepresidentes de los gobiernos de Cataluña y España. Los trompazos se producían en el bando de la Generalitat.

Carles Puigdemont, el presidente catalán, cumplía ayer un año al frente de la Generalitat después del paso al lado de su predecesor en el cargo, Artur Mas. En las últimas horas, el inquilino del Palau de la Generalitat anunció que no quería ser cabeza de cartel de los suyos y Mas se aprestó a postularse como candidato. Se abrió el tema sucesorio que levanta ampollas. Mas se presenta como «la renovación» de un partido sucesorio de otro que ya no existe, que tiene sedes embargadas, que pierde afiliados a espuertas, que ha negado al padre Pujol en cientos de ocasiones y que las encuestas le vaticinan un sopapo con la mano abierta por parte de los catalanes.

En esta tesitura, Puigdemont reunía a su Gobierno en el Pati dels Tarongers en su cita semanal. Casi se le atraganta el «xuxo» –típica y deliciosa pasta de azúcar rellena de crema– cuando Junqueras comunicó, como si tal cosa, que por la tarde se reuniría con Soraya Sáenz de Santamaría. Cuentan que Puigdemont se quedó estupefacto. Su vicepresidente se reunía con el Gobierno de España sin que él haya logrado todavía cerrar una reunión con Rajoy y una semana antes de la Cumbre de Presidentes, a la que él ha optado por ningunear y no acudir.

El malestar fue evidente. ¿Qué necesidad tiene Junqueras de ser el primero en verse con Soraya y encima explicarlo?, se preguntaban airados en el PDeCAT. El año de gobierno ha puesto en evidencia las malas relaciones entre los socios. Nunca se han llevado bien convergentes y republicanos, y la convivencia ha sacado a la luz los más bajos instintos acomodando un sinfín de cuitas. Las pésimas expectativas electorales y las dificultades para llevar adelante el referéndum soberanista ponen la sal y la pimienta a unas relaciones que se alejan de la reconciliación. Junqueras lo evidenció robando la cartera, y el protagonismo, a Puigdemont comunicando su cita con Soraya. El papelón de Neus Munté, la vicepresidenta y candidata en las quinielas, fue eso, un papelón.