Joaquín Marco

Rusia, tan cerca

El mayor problema europeo no es la llegada de la izquierda en Grecia, un socio de la Unión con el que finalmente se dialoga, sino la actitud que debe adoptarse frente a Rusia y al conflicto separatista armado ucraniano. Las imágenes de las ciudades destruidas y los miles de muertos constituyen ya algo más que un aldabonazo moral. Queda en el subconsciente de las potencias occidentales el recuerdo de la URSS y el doloroso mantenimiento en el pasado siglo de lo que se calificó como «Guerra Fría». El papel del espionaje y las confabulaciones marcaron unos tiempos que parecían haberse acabado con el derribo del Muro de Berlín. Desde la perspectiva rusa resta también la añoranza de tiempos de dominio en una amplia zona próxima , tiempos en los que la ideología dominante se infiltraba también en los países occidentales a través de una más o menos Internacional comunista. La Guerra Fría sirvió de argumento no sólo a las novelas de espionaje de John Le Carré, sino a filmes de significado político. Salvo el general De Gaulle, que tenía muy claro que Europa debía incluir también a Rusia, los países occidentales han mostrado siempre recelos que evocan el pasado reciente. Los efectos de la política de Gorbachov no se perciben de igual modo en la Europa occidental que en Rusia. Analizar las dudas que a lo largo de su historia ha proyectado sobre el pensamiento europeo, del que no puede desgajarse, es una tarea que requeriría un desarrollo no sólo historicista, sino también en ámbitos como la psicología colectiva y el pensamiento filosófico. En estos momentos en los que parte de los ucranianos, hablantes rusos, quieren integrarse a lo que entienden como su madre patria, la teoría de las conspiraciones y el drama humano de las víctimas planea sobre las potencias dominantes occidentales. Y otra vez más la Unión Europea no aparece como unidad, sino que las naciones más representativas, Francia y Alemania, se erigen en sus portavoces junto a EE.UU, aunque el problema sea europeo.

Cabe preguntarse si la democracia rusa equivale a las del resto de Europa. La respuesta es sencilla: no lo parece. El presidente Vladimir Putin no posee la credibilidad democrática del resto de los líderes. Su índice de popularidad, se dice, es considerable, incomparable al del resto de los gobernantes occidentales. La oposición interior a sus políticas resulta fragmentada e inoperante. Si retrocedemos en el tiempo, podríamos observar la escasa tradición democrática del pueblo ruso que pasó de la dominación zarista a una dictadura del proletariado. Apenas si hubo tiempo para forjar una conciencia de lo que entendemos como democracia. Hay quienes dudan todavía de que en España o Portugal se hayan podido superar los vicios de los anteriores y prolongados periodos totalitarios, pese a que forman parte esencial y activa de la Unión Europea. No es de extrañar, por consiguiente, que surjan incógnitas morales relevantes sobre el poder que ejerce el actual presidente ruso. Una ristra de crímenes sin resolver lleva a imaginar diversas teorías conspiratorias. Los oponentes a su política han sufrido siempre atentados. Así, en abril de 2003, Sergei Yochenkov, presidente del partido Rusia Liberal, fue abatido a tiros en Moscú, como la periodista Anna Politkóvskaya, en octubre de 2006, a la puerta de su casa. En noviembre del mismo año murió en Londres envenenado con materias radioactivas el ex espía Alexander Litvinenko y, en marzo de 2013, Boris Berezovski murió en su bañera en Ascot (Reino Unido) en extrañas circunstancias. El último de la lista, que posiblemente podría extenderse, es el también opositor Boris Nemtsov, que fue asesinado a tiros, en la noche del pasado viernes, cuando se dirigía a su casa en el bello puente Bolshói Mostvoretski sobre el río Moscova, en las cercanías del Kremlin, acompañado en esta ocasión de Anna Duritskaya, una modelo ucraniana, de 23 años, que fue retenida unos días por la Policía, aunque el martes se encontraba ya en Kiev. El Gobierno ruso en apariencia se ha tomado muy en serio una investigación que dirige el general Igor Krasnov, pero el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, tras calificar el crimen como «abominable» y advertir de que los culpables serían castigados, añadió que no debía utilizarse el caso con fines políticos. Putin mandó una corona de flores, un par de sus ministros asistieron al funeral y existen sospechosos.

Se afirma que Nemtsov trataba de reunir pruebas para probar que Rusia estaba implicada en la guerra secesionista ucraniana. Éste podría ser el principal motivo de su asesinato, pero los partidarios de Putin lo entienden como un acto de provocación. Krasnov, ya en la cincuentena, representaba sólo una fracción de la dividida oposición rusa. Una vez más se entiende que fuerzas exteriores se han conjurado para dinamitar la expansión económica de Rusia, que había alcanzado en los últimos años un nivel considerable. La población, sin embargo, no hace responsable a su Gobierno de una situación que ha implicado el descenso del nivel de vida en Rusia y que ha afectado también a buena parte de cuantos se enriquecieron tanto tras la caída del Imperio. La Policía ha divulgado imágenes del coche en el que huyeron los posibles asesinos de Nemtsov. Quizá, en esta ocasión, se pretenda ofrecer una imagen de que nos hallamos ante un fenómeno criminal distinto. Rusia se ha implicado también en detener la violencia en los territorios ocupados por los prorrusos. Hemos podido ver imágenes por televisión de la retirada de tanques y material pesado por ambas partes. Y parece haberse admitido un mayor control de la OSCE en el terreno, quien deberá informar día a día de la situación. Pese a ello, se han producido algunas víctimas. Cabe señalar, sin embargo, la responsabilidad moral de la UE, quien invitó a Ucrania a integrarse en ella y hasta en la OTAN, lo que equivalía, a los ojos de la minoría rusa, a situar armas ofensivas en la frontera misma de Rusia. La democracia rusa, según hemos señalado, no es equiparable a la de los países occidentales. Tal vez sea una cuestión de tiempo, pero las conjuras de una y otra parte harán difícil una pronta y sana evolución. Mientras tanto, la herida en Crimea y en el este de Ucrania seguirá abierta sin una solución que satisfaga a dos partes enfrentadas. La situación resulta más que compleja.