Carlos Rodríguez Braun

Sachs olvida a Hayek

La Razón
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Jeffrey D. Sachs, profesor primero en Harvard y luego en Columbia, que son dos de las mejores universidades del mundo, es un economista estrella sin duda alguna. Pero, como cuenta Daniel W. Drezner en «La industria de las ideas», su estrella se fue apagando.

Consiguió cientos de millones de dólares para su proyecto «Aldeas del Milenio», que brotaba de la idea de que para acabar con la pobreza hay que gastar más dinero, una idea pueril pero ampliamente respaldada en la política, la cultura y los medios de comunicación. Incluso hubo un momento en que también los economistas la apoyaban, un momento en que el gran Peter Bauer clamaba solo en el desierto por una teoría económica mejor, que apuntara a las instituciones que favorecían el trabajo y el esfuerzo de los ciudadanos. Finalmente, la profesión le hizo caso y fue abandonando relativamente las recetas simplonas socialistoides, valga la redundancia.

El proyecto de Sachs fue criticado, como apuntamos en un artículo anterior, por no presentar experimentos de control, de forma de poder determinar si las aldeas bajo el proyecto prosperaban más que las que estaban fuera de él. Finalmente «The Economist» publicó una crítica en 2012 en la que sostenía que el impacto del plan de Sachs no era decisivo. El propio autor, además, lo defendió recurriendo a unas cifras de descenso en la mortalidad infantil que después admitió que no eran robustas.

Sachs y su instituto pasaron a manejar el asunto desde Nueva York, lo que frustró a los representantes sobre el terreno, y finalmente sus resultados no fueron concluyentes. Al revés de lo que casi todos piensan, en estos últimos años África se desarrolló bastante, y Drezner apunta: «Simplemente no había forma de determinar si el efecto positivo registrado en las aldeas del milenio se debía a las intervenciones de Sachs o al vigoroso crecimiento económico».

Ya nadie toma en serio el proyecto de Sachs, dice Drezner, y una vez frustrada su ambición de presidir el Banco Mundial, el propio Sachs se ha ido alejando del tema, ha dejado de hablar tanto de las aldeas, y ahora está con otra bandera del gusto de políticos, burócratas y ONGs: la desigualdad y el desarrollo sostenible. A raíz del libro El Idealista, de Nina Munk, fue criticado por Bill Gates, lo que a Sachs le molestó bastante.

Si podemos extraer una moraleja de todo esto es que Sachs debió estudiar más a Adam Smith, y aprender de sus lecciones sobre la necesaria humildad que deberíamos tener los economistas. Pero Sachs es muy inteligente, y además va y lo dice todo el rato. Drezner lo cita: «Joven profesor universitario, di clases en muchos lugares con gran éxito, publiqué muchísimo, y estaba alcanzando rápidamente mi colocación permanente en la universidad, lo que logré en 1983 con veintiocho años». Como dice Drezden, alguien que habla así «no padece la maldición de la modestia».

Sachs claramente ignoró el consejo de Hayek: «La curiosa tarea de la economía es demostrar a los hombres lo poco que realmente saben sobre lo que imaginan que pueden diseñar».