Cataluña

Salario mínimo

La Razón
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La ministra Fátima Báñez, mujer ilustrada y discreta, empapada de conocimiento acerca del mercado de trabajo y de sus agentes sindicales y patronales, es seguramente la más valiosa del Gobierno. En su haber está una reforma laboral que, con la del sistema financiero y la estabilidad presupuestaria, constituye una de las claves más relevantes de una salida de la crisis que ha sido compatible con el sostenimiento de un superávit en la cuenta corriente de nuestra balanza de pagos –algo que nunca antes había ocurrido en la economía española y que expresa la fortaleza competitiva del país–. Ha sido también tenaz frente a los ataques que, desde la izquierda, se hicieron a su política –debido, sin duda, a que su reforma redujo el poder sindical– y pacientemente ha urdido una sustancial elevación del salario mínimo con la que ha atraído a los líderes de Comisiones Obreras y de la UGT a su huerto para ofrecerle a Rajoy un triunfo político indudable, justo en el mejor momento; o sea, cuando al presidente, por lo de Cataluña, empezaban a crecerle los enanos por todas partes.

Esta operación sobre el salario mínimo no constituye un triunfo menor, sino todo lo contrario. Lo principal en ella no es sólo que mejora la renta salarial de un poco más de medio millón de trabajadores, sino que trae consigo la pacificación de los sindicatos, ofreciendo a sus líderes un ámbito de negociación que, probablemente, acabará extendiéndose hacia otros temas relevantes después de años de sequía en las materias de la concertación social. Además, la ministra Báñez ha sacado la revisión de salarios de su antigua y constante referencia con la inflación para hacerla depender del crecimiento de la economía y del empleo. Y, de paso, por esta vía hermética, ha consolidado la reforma del año doce, pues si para que se eleve el salario mínimo se requiere al menos un aumento anual de 450.000 afiliados a la Seguridad Social, los sindicatos tendrán que plegarse a los procedimientos que esa reforma abrió para que los ajustes del mercado de trabajo se focalicen sobre las retribuciones y no sobre el despido de los empleados. Se ha redondeado así un cambio en las relaciones laborales que promete un largo futuro, aunque todavía queden aspectos importantes para la agenda reformista.

Al gobierno de Rajoy le hacen falta más operaciones políticas como esta, pues su año y pico de legislatura está resultando bastante estéril. Ciertamente sacó adelante el presupuesto del año que mañana se cierra, pero lo hizo a un precio –el del cupo vasco– que ha levantado chispas. Además, está lo de Cataluña, donde ha tenido implicada a otra de sus ministras cuyo éxito, por contraste, brilla por su ausencia. Mientras tanto, las necesidades de reforma se acrecientan en terrenos como los de la financiación autonómica, la agenda social –con las pensiones y la pobreza como temas más urgentes–, el pacto educativo o el invierno demográfico. Tal vez por ello al presidente le convenga renovar su banquillo.