El desafío independentista

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La Razón
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No hay más que contemplar la situación a la que unos cuantos políticos han abocado a Cataluña para reparar en la vigencia de obras como la de Lorenzo Silva «Recordarán tu nombre» (Planeta) a propósito de algún héroe olvidado como el general Aranguren y su férrea lealtad a la legalidad vigente frente a la sedición y con independencia de las posibilidades de éxito de la misma. A los «astutos» defensores del independentismo, que diría Artur Mas, les quedan, a nueve escasas semanas para su «1-O», muy pocos conejos en la chistera. Las alternativas de un vuelco que revitalice la ilusión colectiva por la quimera de la secesión casi se reducen a desecho de tienta. Pero esta realidad no resta enteros a la obstinación de quienes, tras haber dejado mal herido al nacionalismo dialogante, pretenden arrastrar a todo un pueblo a la ruptura y al piélago recordando aquella locura del capitán Ahab en «Moby Dyck» conduciendo a toda su tripulación hacia el naufragio seguro. Los defensores de quemar hasta la pata del último mueble no van a parar en su empeño por conseguir eso que llaman «pillar a Madrid en un renuncio».

Recientemente este periódico se hacía eco de la intención de dirigentes de ERC y PEdCAT de encerrarse en el Parlamento catalán una vez descarrilado el referéndum ilegal, dinámica acorde con la intención de los más irredentos del desafío secesionista de hacer todo el ruido posible sin descartar, como si estuviéramos en la Barcelona del año 37, la ocupación de sedes y edificios de referencia. El planteamiento es meridiano: si las instituciones y la prensa internacional dan con la puerta en las narices al «procés», como ya se ha demostrado, pudiera ser que no les quede más remedio que hablar del «conflicto catalán» a través de otras derivadas más cercanas a la crispación.

Artur Mas, Junqueras, Puidemont y el «Diplocat» Romeva han comprobado en propias carnes lo que supone la más absoluta indiferencia de la Unión Europea y de organismos internacionales hacia su proyecto. Ni siquiera quedan despistados medios de comunicación extranjeros que acaben comprando la tesis de un Tíbet oprimido por estos lares. Tampoco despierta demasiado interés que el gobierno de un estado democrático europeo se esté limitando, con la mayor templanza posible sin alharacas ni cuartos al pregonero, a aplicar la ley y a velar por el interés general de todo el país estableciendo entre otras medidas un mayor control del gasto en partidas presupuestarias de la Generalitat que podrían destinarse al referéndum ilegal. Sin embargo, una imagen de crispación cuando no violencia, fruto de puntuales incidentes, la simple actuación de las fuerzas públicas para sofocar alteraciones del orden o hasta la hipótesis de la mera detención de algún político independentista, sí serían objeto de atención para la prensa internacional. Esa y no otra es la única rama que les queda para agarrarse a quienes vislumbran navegando a la deriva sobre los rápidos del río la inevitable cascada hacia el abismo. Tensar la cuerda o provocar en la esperanza de abrir algún noticiario de la BBC.