Enrique López

Salvar la autonomía

La Razón
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Mi último artículo se titulaba «inevitable coerción» porque me permití utilizar el concepto con el que en Alemania se denomina el instrumento previsto en el art. 37 de su ley Fundamental, coerción o ejecución federal. No cabe duda de la naturaleza coercitiva de la previsión del art. 155 CE, puesto que toda coerción es una presión que se ejerce sobre una persona para forzar una conducta o un cambio en su voluntad. En un Estado de Derecho las normas prevén obligaciones y contemplan prohibiciones, y ello, acompañado de sanciones para el supuesto de que sean incumplidas. La diferencia entre una normal moral y una legal, es que esta última ha de ir acompañada de un poder coercitivo, y en caso de incumplimiento, este tendrá que suponer una medida coactiva. En caso contrario, la aplicación de la norma estaría en manos de la voluntad del sujeto obligado a cumplirla, en definitiva, determinada por su libre albedrío, algo que nos llevaría al caos y a la anarquía, lo que parece ser anhelado por algunos en nuestro país, al más puro estilo propuesto por Bakunin. En mi opinión, la aplicación del precepto constitucional está guiado además de por la salvaguarda del interés general de España y hacer cumplir obligaciones constitucionales, por salvar y proteger la propia autonomía, la cual está puesta en peligro. La STC 4/1981 ya establecía en los albores de la jurisprudencia del alto tribunal que «autonomía no es soberanía...y, dado que cada organización territorial dotada de autonomía es una parte del todo, en ningún caso el principio autonomía puede oponerse al de unidad, sino que es precisamente dentro de esta donde alcanza su verdadero sentido». Por ello, la unidad española es lo que da sentido a la autonomía, por cierto, autonomía política que, sin ser soberanía, dota a Cataluña de una autogestión superior a la de muchos estados federales. Nuestro entramado constitucional es uno de los más modernos y desarrollados del mundo, y no cabe duda de que la Constitución puede ser reformada, pero además de tener claro cuál es el objetivo perseguido, se debe partir de una valoración muy positiva de su actual redacción para mejorarla. Nuestra Constitución crea entes territoriales descentralizados políticamente en mayor medida que muchos estados federales, pero a la vez, igual que estos estados, sanciona como básicos los principios de unidad, solidaridad, igualdad e integridad territorial. Cataluña es lo que es gracias a España, y España es en gran medida lo que es gracias a Cataluña, y esto crea un concepto de nacionalidad española que no se basa en etnias, razas o sangre, sino en un proyecto común forjado durante muchos años, y que nos debe seguir conllevando otros muchos. En España se puede ser español amando las propias raíces, la propia lengua o lo que se quiera, pero precisamente se puede hablar esa lengua y se puede ser leal a unas raíces porque así lo hemos querido en España, creando una diversidad propia de un ecosistema político, cultural e histórico que ha configurado un hábitat en el que todos podemos convivir en paz y libertad. Unos pocos no nos lo pueden ni arrebatar ni destruir.