Alfonso Ussía

Se aproximan las rejas

La Razón
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Firma Pilar Ferrer un estupendo trabajo en La Razón. «‘‘Martona’’ la Cajera del Tres por Ciento que Regatea en el Mercadillo». Un retrato minucioso, hiperrealista. Lo he escrito ya y vuelvo a hacerlo para que no se olvide su grosería. El presidente de la Generalidad de Cataluña y señora convocaron en el Palacio de San Jaime a los miembros del Comité Olímpico Español, pocas semanas antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona, con una España volcada a favor de la Ciudad Condal y de su éxito, con los Reyes a la cabeza. En una ocasión estuve invitado a comer en la sede de la Generalidad, pero ella no se hallaba. Pujol invitó a una representación de ABC, y allí nos presentamos Guillermo Luca de Tena, Luis María Anson, Tomás Cuesta, que era el Delegado de Prensa Española en Cataluña, Antonio Mingote y este servidor de ustedes. Llegamos a la Plaza de San Jaime con un agujero en el estómago. El aperitivo, cordial y escaso. Unas aceitunas rellenas y almendras. Al fin, un camarero apareció con un plato de jamón. Las normas protocolarias de Pujol son muy sorprendentes. El camarero puso sobre la mesa, allí donde se encontraba Pujol, el plato de jamón. Y se lo zampó Pujol sin ofrecer ni una loncha a los hambrientos invitados. –« ¡Qué cabrón!-, le comenté a mi querido Antonio; -con pintas-, remachó el genio, que era sobrio de palabra. Y a la vuelta, el comentario. «De un individuo que convida a un grupo a comer a su casa y se come todo el jamón, no hay que fiarse».

Pero vuelvo a la Marta, el COE y los Juegos Olímpicos de Barcelona. A la derecha de la señora de Pujol tomó asiento Ferrer Salat, y a su izquierda, Alfredo Goyeneche Moreno, conde de Guaqui y marqués de Artasona, amén de vicepresidente del COE. Alfredo era un hombre educadísimo, donostiarra y madrileño, campeón de equitación y entregado en cuerpo y alma al deporte español. Como además era guapo, la señora de Pujol abrió con él su charla en catalán. –Señora Pujol, no tengo la suerte de hablar en catalán. Soy de San Sebastián y he vivido siempre en Madrid-. Ella se mostró sorprendida y reaccionó al momento. –Entonces, hablaremos en francés-. Y el conde de Guaqui y marqués de Artasona, incapaz de cometer una indelicadeza, se incorporó y le dijo a la Ferrusola: -Hablará usted con mi vacío, porque me voy-. Y se marchó a comer al «Via Venetto» de la calle Ganduxer, donde fue maravillosamente tratado.

Cuando me lo narró, con detalles muy divertidos, lo hizo con benevolencia. «Su mayor problema no es la falta de educación. El problema de esta pobre mujer es su paletería. Es muy paleta». Y según parece, de acuerdo a la Fiscalía y la UDEF, bastante peligrosa.

Martona monopolizó, durante los tiempos gloriosos del poder de su marido, la venta de flores y de proyectos jardineros de Cataluña. Gracias a ella el Real Madrid ganó un campeonato de Liga, y de aquel detalle no nos olvidamos los madridistas. Fue la empresa de la Marta la que eligió el Barcelona para cambiar con tepes el césped de su estadio, y el saldo fue de un lesionado por partido. Se levantaba el césped con el peso de un gorrión, y al final de temporada la directiva, todavía no independentista del Barcelona, prescindió de los servicios jardineros de la sagaz Ferrusola. Ahora se le acusa de ser parte fundamental de una organización criminal de lavado de dinero, y de haber manejado a su antojo a hijos y euros en sus inversiones andorranas.

A Pujol y la Marta, los Gobiernos de Felipe González y de José María Aznar, los protegieron con cariñosa firmeza. Uno y otro, creyeron de buena fe en las bondades del doble juego del antiguo alférez que a punto estuvo de reengancharse en el Ejército y del responsable del caos de Banca Catalana. Del primero, le gustaba la uniformidad y las botas altas de los oficiales, lo único alto que ha tenido en la vida. De la segunda, se libró gracias a sus pactos políticos. Y entre tanto trajín, la Marta, Martona, actuaba a su antojo, y en una visita del Conde de Barcelona al Palacio de San Jaime, con esa cultura y grosería institucional que caracterizan su manera de ser le dijo a Don Juan: «Señor, el título de Conde de Barcelona lo tendría que llevar mi marido, no ‘‘ustet’’».

Se aproximan las rejas. Se distancia el jamón.