Nacionalismo

Secretos a voces

La Razón
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La situación en Cataluña es cada día más difícil de entender. Los independentistas están rotos en múltiples fragmentos, el gobierno de la Generalitat se ha fracturado con el cese del Sr. Jordi Baiget como conseller de Empresa i Ocupació y hemos sabido del malestar en la cúpula del PDeCAT, donde algunos dirigentes lo han interpretado como «un golpe de estado al partido» a través de los medios de comunicación. Además, a estas alturas es un secreto a voces que la rivalidad con ERC se traduce en una guerra soterrada en la que los de Esquerra aspiran a amortajar y, después, heredar de los ex convergentes su apoyo electoral.

Si a todo esto le añadimos las distorsiones que producen las posiciones anarquistas de la CUP en los demás grupos separatistas, el resultado es un cóctel que hace muy difícil imaginar qué tipo de futuro intentan dibujar los independentistas ante el pueblo catalán.

El referéndum es la crónica de un fracaso anunciado y eso lo saben todos, especialmente funcionarios y responsables políticos catalanes. Por eso, lo que hizo el Sr. Baiget es verbalizar en una entrevista lo que es habitual en las conversaciones entre dirigentes. Su cese muestra la debilidad de un régimen en el que al govern le preocupa más la construcción del relato nacionalista que la verdad en sí misma.

El Estado no va a permitir la mínima concesión que suponga una transgresión de la Ley y lo saben. Ello supone que los riesgos judiciales y los débiles mimbres que sirven de acomodo a la amalgama de los múltiples intereses separatistas ha introducido el virus de la duda en no pocos que empiezan a considerar la conveniencia de otras posiciones como, por ejemplo, mayores cuotas de autogobierno o contraprestaciones económicas.

Sin embargo, y pese a las contradicciones, debilidades y corruptelas del separatismo catalán, el apoyo social a la independencia está en un momento de máxima movilización. Se ha producido una ruptura emocional entre una parte de la sociedad catalana y el resto de España y ello dificulta cualquier movimiento desde la política local.

Es difícil saber si la encrucijada que vive Cataluña tiene solución llegados a este punto. Es imposible un escenario satisfactorio para todos y, desde luego, tampoco se entiende bien lo que proponen algunos, incluido el New York Times, cuando hablan de mayores retornos económicos a Cataluña.

Los territorios no son ricos, ni pobres. Sencillamente, en una región viven más individuos de renta alta o más personas de renta baja. Si un mayor retorno a Cataluña significa que las rentas más altas no van a contribuir a que mejore la existencia de los demás, el nacionalismo lo que defiende es la desigualdad y el sufrimiento de muchos.

En términos políticos, los nacionalistas centralistas y los nacionalistas periféricos han radicalizado sus posiciones porque les venía bien electoralmente a ambos, ahora la madeja se ha liado tanto que se ha reducido por debajo de mínimos la esperanza de una vía común no traumática.

El Estado de Derecho tiene la gran carta y el último movimiento y el Partido Socialista no dudará en hacer lo que dicta la Constitución y lo que le convenga al país, pero si hubiese una rendija para el entendimiento sería mejor para todos.

Algunos han cargado la culpa de la virulencia nacionalista sobre el Estatut y, por ende, sobre el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, pero también hay quien está convencido que si el PP no hubiese recurrido al Tribunal Constitucional, quizá no estaríamos así a estas alturas. Lo que toca ahora no es ganar activos electorales a costa de quebrar el país, sino reconstruir el país aunque sea a cambio de unos cuantos votos.