Alfonso Ussía

Sencillas momias

La Razón
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Vladimir Ilich Uliánov Blank, hijo de Iliá Nikoláyevich Uliánov y María Alexandrova Blank, nació en la agradable ciudad de Simbirsk el 24 de abril de 1870. Todos los días se aprende algo. Casó con Nadezhda Krupskaia, a la que hizo muy poco caso, y después de toda suerte de extravagancias, crímenes y demás andanzas, a causa de un infarto cerebral, falleció en Gorki el 21 de enero de 1924, una jornada en la que, según los historiadores, Gorki estaba cubierta de hielo y nieve. Siempre se da una historia paralela a la principal, y es la que narro a continuación. Cuando la hermana de su madre y amante tía, Natacha Alexandrova Blank, residente en Gorki, supo del fallecimiento de su sobrino Ilich, acudió solícita a velar sus restos mortales, con tan mala fortuna, que en el chaflán de la calle Partisansky con la avenida Podvorie, pisó sobre una placa de hielo, resbaló, se deslizó precipitadamente hacia la calzada y el tranvía que cubría el trayecto Svaraniev-Ptitsi Seló, atropellóla sin remisión. Aquel día no sólo murió Lenin, sino una tía, y eso concede a este relato toda la carga emocional que merece. Pero la pobre tía no está en el mausoleo. No hay presupuesto para ella, a pesar de lo muchísimo que se querían, porque Lenin no se llevó bien con su madre, que era mujer de carácter fuerte, y sí con la tía Natacha, dama de acrisoladas virtudes.

Para combatir contra los deterioros estéticos que la vida impone a los muertos, los soviéticos construyeron con urgencia un panteón en Moscú, inmediato al Kremlin, en plena Plaza Roja. Y disecaron a Lenin, al que introdujeron en una preciosa urna, elegantemente vestido y con una expresión de dulce somnolencia. Así ha estado durante 92 años, convirtiéndose en uno de los reclamos turísticos más visitados de Moscú.

Rendí visita a Lenin en un mes de febrero, con un frío del carajo, y lo encontré muy bien. Lenin en invierno viste un traje gris marengo de muy buen paño, camisa blanca y una corbata bastante fea. Los rusos no tienen buen gusto en el corbaterío. En verano, le cambian la franela por la alpaca y así está más fresquito, porque en Moscú pega el calor estival más que en Écija en agosto.

Mantener a Lenin tan guapo les cuesta a los rusos doscientos mil dólares al año, una nimiedad comparada con lo que se ingresa directa e indirectamente por contemplar su momia. Ahora, con los adelantos técnicos, los fluidos bioquímicos que le inyectan semanalmente han mejorado de tal guisa que parece recién llegado de Benidorm. Un 60% de los rusos desea que Lenin sea enterrado, pero los moscovitas prefieren mantenerlo ahí por razones de reclamo turístico. Moscú sin Lenin disecado es como Londres sin la estatua de Nelson.

Según el Forense en Jefe de la momia, cuando pasen cien años Lenin estará mejor que en la actualidad. Y ese detalle me preocupa, porque en la actualidad está estupendo. Creo que el ejemplo soviético podría experimentarse en España. Si Dios no lo remedia, dentro de cien años, Pablo Iglesias –que no cree en Dios–, estará en las mismas condiciones de ausencia vital que Lenin. La creación de un plan de hermandad solidaria entre Moscú y Madrid con los dos grandes dirigentes comunistas disecados, dotaría a las dos ciudades de un importante recurso histórico-cultural. Y como es costumbre en los museos, podrían intercambiarse las momias temporalmente, de tal modo que de enero a junio cada una permaneciera en su sitio, y de junio a diciembre, Lenin estuviera en Madrid y Pablo Iglesias en Moscú. Sutil manera de mantener vivo el espíritu del comunismo internacional, tan escasamente valorado en los tiempos que corren.

Y sin más, un afectuoso saludo.