Alfonso Ussía

Señor:

La Razón
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Señor: Sin renunciar a la cortesía institucional que le obliga su dignidad y le recomienda su prudencia, los gestos y los matices no pueden ser los de siempre. Esa sonrisa abierta y esa calidez en el saludo de Vuestra Majestad a Puigdemont me ha entristecido y decepcionado. Entre el Señor y Puigdemont se establece una diferencia brutal. Vuestra Majestad es el Rey de España y Puigdemont, un deleznable traidor a España. Se entiende la cortesía y no se entiende la expresividad amistosa. Puigdemont no es sólo un traidor. Es un chulo que ha anunciado su propósito de seguir hasta el final un proceso de escisión de España a espaldas de la ley y de la voluntad de millones de españoles, catalanes incluidos, que somos los sujetos constituyentes de la Ley de Leyes. Puigdemont nos ha insultado y despreciado sin descanso, y entre los insultados y despreciados, está Su Majestad en la primera fila de los agravios. Puigdemont ha prometido desobedecer y no acatar las sentencias y decisiones del Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional, situándose con la arrogancia propia de los tiranos en un plano superior a las leyes y la Justicia.

Está muy bien que el Rey de España visite con frecuencia Cataluña y salude con educada obligación a su más alto representante en Cataluña, aunque su más alto representante en aquella autonomía se comporte como un desleal, un felón y un villano con su Representado. Cuando Vuestra Majestad sonríe abiertamente al traidor y en el saludo principia un gesto de cordial abrazo, no lo hace sólo en su nombre. Lo hace en nombre de todos los españoles a los que Vuestra Majestad representa, en nombre de todos los españoles insultados, despreciados, humillados y escandalizados por el traidor catalán. Y a mí, Señor, permítame que se lo escriba, no me sale en estos momentos sonreír y abrazar a quien no tiene otro objetivo que trocear mi Patria, España, de la que Vuestra Majestad es el Rey Constitucional.

El deber protocolario se cumple sobradamente con el simple apretón de manos. Al apretón de manos se puede sumar un breve comentario sobre el tiempo y la temperatura. No más, Señor. Esa extremada cordialidad favorece a los chulos y los traidores, porque aprecian equivocadamente en el exceso de simpatía del Rey una grieta de debilidad y complejo. La función arbitral e institucional de la Corona no obliga a los excesos cordiales con quienes gobiernan una parte de España desde la más desvergonzada delincuencia. Es cierto que de haber reaccionado a su tiempo el Gobierno de Don Tancredo, Vuestra Majestad no tendría que representar el papelón de marras. En España, y de ello el Señor no tiene culpa alguna, tenemos un Gobierno inane, un PSOE escorado hacia la deslealtad desde que recuperó el poder un tonto contumaz y peligroso. Un partido anclado en el rencor, otro abonado al desconcierto y una autonomía donde España y lo español se considera ajeno, lejano y vituperable. El que gobierna esa autonomía no puede ser sonreído por el Rey de España. Con un saludo cortés y frío va que chuta. España es una realidad de siglos, no un invento de pocos decenios. El amor común de España y Cataluña, principado del Reino de Aragón, se sostiene y crece desde hace más de siete siglos, no de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Juegos Olímpicos por los que España entera se volcó, ayudó, financió y disfrutó. Hasta Jordi Pujol reconoció públicamente que sin España detrás, Barcelona no hubiera podido enfrentarse a ese reto que resultó tan victorioso. En Cataluña, con la vagancia en las decisiones del Gobierno de España, viven millones de catalanes que se sienten tan españoles como Vuestra Majestad y quien esto escribe, y que sufren la sensación del abandono. Se persigue el idioma español, las tradiciones españolas, la educación en español, la unidad de España y la armonía entre todos los ciudadanos de nuestra Patria. Y el máximo responsable de esa villanía continuada, es Señor, el chulo que Vuestra majestad sonrió con tanta amabilidad y simpatía el pasado 25 de julio, Día de Santiago el Mayor, patrón de España.

Mano tendida y gesto serio. No haga caso de los que le recomiendan la cordialidad que no merecen percibir ni recibir los traidores. El Rey no está obligado, constitucionalmente, a sonreír a los traidores y a los que delinquen desde la inmunidad contra una abrumadora mayoría de los españoles. No le pido un gesto de mala educación. Le pido un gesto matizado de Rey. Seriedad, cortesía y menos sonrisas innecesarias y lacerantes.

No es hora de efusiones y cariños. Nos estamos jugando España. Y España no merece este juego de hipocresías y traiciones. De momento, las sonrisas, al cajón.