Constitución

Ser Rey

La Razón
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La verdad es que ser Rey, el Rey, es dificilísimo. Hace pocos días, durante la ceremonia de entrega de los premios «Princesa de Asturias» en el teatro Campoamor de Oviedo, el Rey glosó durante cuarenta minutos los méritos y biografías de los premiados, sin un titubeo, sin un papel de apoyo y sin un error en su oratoria. Se trabajó el éxito de la Corona, que es un éxito compartido por todos los españoles.

Estos días, como es su deber, está recibiendo a los representantes de los partidos con escaños en el Congreso para designar la investidura del candidato a la presidencia del Gobierno. Insisto. Ser Rey, el Rey, es dificilísimo. La demostración de cortesía institucional, la sonrisa ante la barbaridad y la fragancia a sudor almizclado de algunos de ellos, y la buena educación en respuesta a la grosería de los populistas y los separatistas, son pruebas y evidencias que hacen ver con claridad la dificultad de ser el Rey.

El Rey se educa y se forma para ello. Los adversarios de la Monarquía afirman que cualquiera puede ser Rey. No. Todo lo contrario. Sólo puede ser Rey quien ha sido educado para serlo, formado para serlo y trabajado para serlo. Y voy a poner un ejemplo que va a dejarme en muy mal lugar. Si cualquiera puede ser Rey y desarrollar sus funciones, yo entro en esa posibilidad. ¿Cuál sería hoy el gran titular de los medios escritos, el motivo de repulsa de todas las tertulias de las diferentes radios y televisiones, y el objetivo de los aficionados a las redes sociales? Les adelanto los titulares. «Escándalo en La Zarzuela»: «El Rey saca a patadas de su despacho al representante de Izquierda Unida, Alberto Garzón»; «El Rey, durante su encuentro con Pablo Iglesias, solicita a sus ayudantes que alivien el hedor corporal del desaliñado visitante con un ambientador Frus-Fris». «El Rey, después de oír y escuchar atentamente a Homs, le tapa la boca, y acompaña al separatista catalán a la puerta de salida haciéndole la “carrera del señorito». «La opinión general es que el Rey se ha pasado tres pueblos».

Porque eso y sólo eso habría sucedido si yo, que no estoy preparado, ni educado ni trabajado para ser el Rey, hubiera tenido que soportar las villanías antidemocráticas de Garzón, las impertinencias separatistas de Homs, el coñazo de la representante de Aequo y los engranajes del macho alfa faltos de fluidos desinfectantes. No obstante, una buena parte de la población, la sabia y prudente ciudadanía, habría disfrutado con ese Rey imperativo, violento y contundente. Pero el Rey de verdad, y vuelvo a Felipe VI, titular de la Corona, no puede comportarse de esa guisa. Y está obligado a sonreír mientras estrecha la mano del traidor, del totalitario que le anuncia los incendios callejeros, de la pelmaza que le cuenta sus historias de animalitos, y del petulante macho alfa que pacta con los terroristas, apoya a los dictadores bolivarianos y recibe dinero de los que ahorcan en plaza pública a los homosexuales.

De cuando en cuando, no obstante, el Rey está en todo su derecho a reaccionar. Lo demostró su padre callando a Chávez cuando éste calumnió a quien había sido Presidente del Gobierno de España. «¿Por qué no te callas?», le dijo el Rey Juan Carlos al golpista venezolano. Y aquello cayó muy bien, aunque algunos pusieran el grito en el cielo.

Ser el Rey, y más en España, es dificilísimo. Escribió Churchill en su ensayo «Grandes Contemporáneos», que ser el Rey de España es una proeza, por cuanto significa ser el Rey de una nación de 40 millones de reyes. Ahora somos más de 50 millones, y de reyes, nada. El Rey es uno y entre 50 millones hay centenares de miles de españoles traidores, totalitarios, populistas y defensores del terrorismo. Más difícil todavía ser el Rey. Dificilísimo.

Y como es el Rey, los tiene que recibir, sonreír y oír sus disparates, ocurrencias, chorradas, amenazas y gilipolleces.

Tenemos un gran Rey.