Loterías

Si un día nos tocara...

La Razón
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El día después del de la lotería, la mayor parte de la gente exhibe una especie de desilusión controlada. No le ha tocado nada o ha sido tan poco que no le cubre ni la inversión en décimos. Es verdad. La lotería le cambia la vida a muy pocos, pero durante unos días, permite que todos soñemos y ampliemos horizontes. Es un juego sencillo e inocente y que no depende de nosotros en absoluto: no podemos calcular la jugada del de enfrente, ni decidir si tirar una carta o quedarnos con otra. Nuestra única posibilidad es confiar en que la suerte nos señale para que, en el día de autos un niño o niña de San Ildefonso cante nuestro número tras leerlo en la bolita. Hay a quien puede resultarle marciano que algunos se gasten auténticas fortunas irrecuperables sabiendo que el cálculo de probabilidades ofrece muy pocas. Pero es tan alentador poder soñar durante unos días, confeccionar una lista de deseos e incluso pretender una vida nueva y distinta, que el puro juego va más allá del juego e infinitamente más lejos que las aburridas matemáticas.

Cuando la realidad nos deja sin expectativas o como mucho nos obsequia con un reintegro con el que volver a comprar lotería, o con un «premiecillo» menor que sólo nos sirve para pagar el aperitivo a un par de amigos y dista mucho de reponer lo gastado, sentimos, eso, un poco de tristeza. No mucho más. Sabemos de siempre –porque la lotería forma parte de nuestra vida– que nos quedan otros sorteos y que, lo verdaderamente importante son otras cosas. La salud, el amor, el trabajo... Ahora que, si un un día nos tocara...