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China

Siempre nos quedará Shanghái

La Razón
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Acabamos de volver de China... ¡Y menuda locura de sitio! Cada vez que lo visitas ha cambiado completamente, hasta el punto de resultar irreconocible. Llegar a conclusiones firmes sobre un lugar que se encuentra en tan perpetuo movimiento y reinvención es complicado. Volvemos atolondrados, llenos de emociones contradictorias, sin saber muy bien qué impresión traemos del asunto. La República Popular de China es un país fascinante, apasionante y preocupante, todo a la vez.

Eso sí, nos hemos quedado muy impresionados con el lujo de China, con el lujo asiático en el más apoteósico de sus sentidos. Sus tiendas de moda, sus centros comerciales, sus rascacielos y sus hoteles de mega lujo hacen que España parezca un pueblecito donde apenas han llegado los avances de la era capitalista. Todo en China parece exagerado, llevado a extremos ni siquiera imaginados por la mayoría de los habitantes del planeta tierra. Jamás se había vivido tal consumismo rampante y extasiado, tal oda al poder adquisitivo del individuo, a sus posesiones y capacidades posesivas. ¡Y esto en un país gobernado enteramente por el Partido Comunista!

Shanghái es una capital mundial de la moda de lujo, un verdadero bastión del capitalismo moderno. La pequeña casita de madera donde residía Mao Tse-Tung durante sus épocas como insurgente revolucionario ahora está rodeada de rascacielos modernos, plantada con cierto surrealismo en medio de varios centros comerciales y mega hoteles de lujo. Me pregunto qué pensaría el difunto dictador si pudiera asomarse por esas ventanitas de madera. El panorama que se encontraría sería algo salido directamente de la ciencia ficción, con edificios gigantescos y minimalistas parecidos a «Transformers», con cientos de miles de ciudadanos enganchados a smart-phones, comprando compulsivamente con cada paso.

Lo que más me impresionó de todo el viaje fue ver a una chica, en la primera fila de un concierto de música psicodélica, comprándose los pantalones de la guitarrista en pleno concierto. No me lo podía creer. Estaba en el mejor sitio de la sala, pegada a los músicos, y haciendo «shopping» a la vez, buscando exactamente los mismos pantalones a cuadros de la guitarrista, a la que apenas miraba. A cuadros me quedé yo misma... Así es como funcionan las cosas, me explicó Tristan, todo se compra con el móvil y en todo momento, impulsivamente y compulsivamente. El WhatsApp chino (WeChat o Weixìn) te presta créditos cuando quieras y puedes hacer tus compras directamente desde allí. La gente paga con el móvil en todos lados, y el dinero efectivo se está quedando casi obsoleto en China. Otra curiosidad más de la era moderna.

A Agatha lo que más le impresionó fue el silencio de la ciudad, y el hecho de que Shanghái fuera una ciudad totalmente distinta de la que ella había conocido hacía apenas unos años. Veía una conciencia ecológica floreciendo entre los chinos. Había árboles apuntalados y muy cuidados por todas partes. A los árboles se les cuidaba más que a las personas (y de esto se alegraba por su amor a las plantas). En la Revolución Cultural arrasaron con la naturaleza, supuestamente arrancando hasta la hierba, tallo por tallo... Ahora, todas las motos eran eléctricas. Las bicicletas habían vuelto. El aire se podía respirar. Y todas las papeleras estaban pulcramente divididas según los tipos de residuos.

No sabría corroborar hasta qué punto estos cambios que mi madre percibía salían de una mayor conciencia ecologista entre los chinos. Lo que está claro es que ellos mismos se han dado cuenta de que la contaminación afecta a su calidad de vida íntimamente. La importancia del reciclaje, de la reducción de gases tóxicos y de la sostenibilidad se ha convertido en una realidad evidente. Han tenido que aprenderlo por las malas, pero mucho peores podrían haber llegado a ser, y mi madre se solazaba con sus posibilidades de llegar a salvar al mundo entero. Si un billón y medio de chinos se pusieran a reciclar, argumentaba, pues ya seríamos bastantes reciclando al ritmo necesario para empezar. Solo ellos podían hacerlo, cambiar la trayectoria global que en estos momentos nos llevaba a la miseria y a la autodestrucción medioambiental. Tenía esperanzas.

Sin embargo, Tristan le dio la vuelta a la tortilla china –(tortilla que tanto había conocido durante sus años de infiltrado en Inditex, buscándoles locales por todo el país para que abrieran tiendas a un ritmo vertiginoso)– y alegó que no era todo tan sencillo. Las motos eléctricas tan silenciosas que habían impresionado a nuestra madre están consideradas como algo legalmente diferente de una moto normal, no necesitas carné o casco. Están por todas partes y sus múltiples millones de baterías se desechan con poca consciencia. Mientras tanto, las bicis se amontonan en delirantes fosas comunes y vertederos, víctimas de una puja corporativa entre varias empresas de alquiler.

Aun así, Tristan fue el que mejor se lo pasó de la familia, y con bastante diferencia...