Pilar Ferrer

«Siempre que llueve escampa»

La Razón
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Los negros presagios llegaron pronto. A última hora de la mañana, sobre la mesa de Carlos Floriano y Juan Carlos Vera las noticias eran negativas. «La cosa anda mal», iban avanzando interventores del PP en Madrid, que focalizaban un frustrante resultado de Esperanza Aguirre. Con el paso de las horas, el pesimismo llegó prácticamente de toda la geografía nacional. Ni la buena marcha de la economía, ni los datos de recuperación, ni los esfuerzos de los líderes regionales por centrar en ellos su campaña habían logrado contener la pérdida de más de dos millones de votos. «Esto es un desastre», le dijo un conocido barón a Floriano, ya sabedor de que quedaba destronado. Las caras largas eran todo un poema cuando Mariano Rajoy y su esposa Elvira llegaron a la planta séptima de Génova 13. La noche era sombría. «Casi de funeral», en palabras de un militante.

En la zona noble de la sede nacional aguardaba a Rajoy el «núcleo duro» de la campaña, con Carlos Floriano, Juan Carlos Vera y el portavoz Pablo Casado en cabeza. También estuvieron Javier Arenas, Manuel Cobo y las dos candidatas madrileñas, Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes. La primera, estupefacta y desolada. La segunda mucho más serena. «Ha sido la única en salvar los muebles», reconocen en la cúpula del partido. El presidente estuvo tranquilo, aferrado a la idea de que sus pronósticos se habían cumplido. Él mismo lo había dicho hace unos días a un grupo de periodistas: el PP sigue siendo la primera fuerza política a nivel general, aunque la sangría de votos es tremenda. Varios dirigentes admiten que se esperaban un bajón, pero no tanto. «El batacazo es muy fuerte, sobre todo en Madrid y Valencia», afirman. Y no ocultan críticas hacia Aguirre. En su opinión, «ha ido de sobrada y se ha pegado una castaña de campeonato». La gran ausente, María Dolores de Cospedal, habló con Rajoy por teléfono desde Toledo, donde siguió el escrutinio en su calidad de candidata en Castilla La-Mancha. Sus resultados no eran los esperados. Algunos ministros y dirigentes que se acercaron a Génova mascaban el tenso ambiente en los pasillos. «Hay más camareros que cargos», decía con sorna uno de ellos. Rajoy se encerró en la sala de reuniones contigua a su despacho y, según algunos presentes del «núcleo duro», estuvo tranquilo, repasó los datos, habló poco, bebió bastante agua y pactó el mensaje oficial: «Somos los más votados y eso es lo importante». En medio de la tormenta, uno de ellos lanzó la frase: «Presidente, hay tiempo de recuperarnos, siempre que llueve escampa». Aunque de momento, los chuzos caen de punta y con truenos.

No hubo banderines, ni himno del PP, ni militantes entusiasmados, ni balcón triunfador. Caras largas, seriedad y sólo aplausos para Cristina Cifuentes, convertida en el nuevo referente del PP madrileño. Y mientras, voces críticas contra Esperanza Aguirre, que se mantuvo encerrada en la primera planta con su equipo. «Ha sido una debacle, tiene que asumir responsabilidades», susurraban en los ascensores algunos dirigentes, estupefactos por los resultados de Manuela Carmena, hasta hace poco una desconocida para la política. Por el contrario, en el entorno de Aguirre los dardos no eran menores. «La han dejado sola y han conspirado contra ella», advertía indignado un colaborador. El «fuego amigo» se cruzaba por los despachos, mientras Aguirre compareció ante los periodistas y reafirmó su intención de seguir defendiendo los valores y principios del PP aunque sea en la oposición. No hubo una sola imagen del presidente durante toda la noche. «Tiene las ideas muy claras, va a resistir y a centrarse en las generales», dicen en la dirección nacional. Pese al mazazo, los «marianistas» insisten en transmitir tranquilidad. Al menos anoche nadie le reprochó a Rajoy su hoja de ruta. «Seguimos siendo los más votados», insisten. Otros sectores del partido, sobre todo líderes regionales que han quedado descabalgados, reclaman un cambio de rumbo para evitar males mayores. «Nos dieron un aviso en las europeas, otro en Andalucía y ahora esto, algo habrá que hacer», aseguran. Nadie se atreve a pronosticar los movimientos de Rajoy, aunque tienen claro que seguirá siendo el candidato a La Moncloa, confiará en la buena marcha de la economía y se esforzará en hacer política con mayúsculas.

Parece que sobraron canapés, pues nadie estaba hambriento. Poco antes de las doce de la noche, Mariano Rajoy y su esposa abandonaron la sede, mientras Carlos Floriano daba la cara: «Los ciudadanos han dejado claro que la opción mayoritaria es el PP». Pero el trago iba por dentro. «Quien no se consuela es porque no quiere», ironizaba un diputado por los pasillos. El mismo partido que arrasó hace cuatro años se ha dado ahora de bruces con una realidad demoledora. Cierto es que tras la tempestad llega la calma, pero el tiempo corre y el aviso es serio. «O nos ponemos las pilas, o nos chamuscamos del todo», murmuraban algunos. En la calle, un reducido grupo de militantes miraba hacia la planta séptima. Luces apagadas y periodistas saliendo. Mañana será otro día. Mariano Rajoy toma nota, sigue y no decae.