Alfonso Ussía

Sin piedad

La Razón
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Los de la CUP, además de antisistema, cuentan entre sus filas a un buen número de maleantes. En los tebeos de Roy Rogers, Gene Autry, Rex Allen o «El Llanero Solitario» se les decía «forajidos». Están crecidos y no conocen la piedad. Lo que están haciendo con Mas es demasiado cruel. Si en algún momento, deciden apoyarlo para asumir la presidencia de la Generalidad de Cataluña, será un pingajo huidizo y acomplejado el hoy humillado aspirante. Muy poderosas tienen que ser las razones que Mas oculta para verse obligado a soportar tan implacable fase de torturas. El grave problema de Mas es que los suyos empiezan a verlo como un personaje ridículo y entregado a los matones.

No deben interpretarse las presentes apreciaciones desde la distancia y el desafecto. Pero sería bueno que los dirigentes nacionalistas y separatistas provenientes de la alta y media burguesía catalana sondearan las opiniones de sus compatriotas no catalanes. Hace unos meses, prevalecía el enfado y la incomprensión. En la actualidad, la risa. Es malo hacer reir cuando no se pretende, y eso está ocurriendo no sólo en Cataluña sino en el resto de España.

Cataluña ha sido, y puede volver a serlo, el gran motor de la economía y la modernidad de España desde el empuje de su clase media. La clase media, ese entretejido social que crea riqueza y sabe mantenerla. El gran problema de la España anterior a la guerra civil era la falta de cohesión de su débil clase media. Carecía de fuerza y consistencoia para actuar de enlace entre la reducida y poderosa clase alta, fundamentalmente establecida en la nobleza rústica, y su inmensa clase baja. Estalló la ira, y como consecuencia del empuje de la revolución proletaria, explosionó en su propia defensa la revolución de la burguesía, que en aquellos tiempos se llamaba «fascismo». Durante el Régimen de Franco, tan acostumbrado por la Historia sesgada a no recibir ni un solo reconocimiento positivo, se produjo el milagro económico, la creación de una burguesía compacta, la construcción de las grandes obras públicas y la Seguridad Social. Se terminó el enfrentamiento entre «ricos y pobres», porque los ricos indolentes y rentistas menguaron y los trabajadores entraron de lleno en los espacios burgueses que no existieron con anterioridad.

Pero la burguesía por definición, que venía de antes y sabía lo que significaba, era la de Cataluña. Sucede que muchos catalanes excesivamente enamorados de su origen y superioridad económica, no supieron reconocer que en el resto de España se trabajaba por llegar hasta su cumbre, por imitarlos. Y entre la propia burguesía, nació un esnobismo de izquierdas, una defensa de la aldea que nadie deseaba atacar, y que quebró su futuro. También, la inmigración interior. La potencia industrial de Cataluña necesitó la mano de obra de centenares de miles de españoles de otros lugares, que cambiaron sus estructuras sociales. Algo parecido sucedió en las provincias vascas. Los que allí llegaban fueron motejados de «maketos», y los que eligieron Cataluña, de «charnegos». El «maketo» fue mejor tratado que el «charnego», y su incorporación a la sociedad original resultó menos traumática. Si repasamos hoy los apellidos de los independentistas catalanes nos encontramos con una presencia abrumadora de raíces castellanas, extremeñas y andaluzas.

La burguesía creyó que todo correspondía a un divertido juego de diversidad, y perdió su consistencia. La más rica y burguesa parte de España, Cataluña, es hoy un boceto de estalinismo renovado. Quedaba CDC, y entre su debilidad y la corrupción, se ha diluído. Y ahora Cataluña está en manos de nueve votos, de nueve escaños ocupados en buena parte por forajidos antisistema para diseñar su futuro. Un futuro en el que desea destacar un pobre hombre, Mas, que se ha convertido en el payaso, en el títere, en el hazmerreir de todos, a pesar de lo mucho que representa en la sociedad catalana su opción política y económica. Es de esperar, que en ese gran espacio que aún ocupa la vieja y sabia burguesía de Cataluña, exista la persona que pueda enderezarla. Con Mas es imposible. Se ha convertido en un «showman» patético.