Marta Robles

Solidaridad

La Razón
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Hay enfermedades, dolencias y otros asuntos que sólo se dan en los países ricos. Entre nosotros matan mucho el corazón y los accidentes de tráfico; pero incluso el cáncer es un enemigo contra el que se puede luchar. En esos otros lugares del mundo de los que escapan tantas personas para tratar de sobrevivir, se concentran otros males que aquí sólo suponen una molestia y allí matan sin piedad. Como la malaria. Y parecía que, profilaxis aparte, nunca iba a llegar esa vacuna que impidiera los cientos de miles de muertes que tal enfermedad provoca al año, entre los que se encuentran tantos niños menores de cinco años. Por eso, escribir sobre la posible primera vacuna realmente candidata a prevenir la enfermedad me provoca una inmensa alegría. Es cierto que aún no se puede decir que la batalla esté ganada por completo, pero el hecho de que la OMS ya haya empezado su proceso de bendición e incluso haya indicado que la recomendación de su uso podría llegar a finales de año, hace ver que, por fin, existe un buen número de probabilidades de que el milagro se concrete. Si a la buena noticia se le suma que el laboratorio que la comercializará se ha comprometido a ofrecerla al precio de coste, más un margen de un cinco por ciento, que reinvertirá en la investigación de más vacunas contra la malaria u otras enfermedades tropicales, la alegría se duplica. Porque esta actitud no es sólo digna de aplauso, sino que, además, refleja que el ser humano, con todas sus errores e incluso actos malvados, también tiene algo especialmente precioso de lo que carecen el resto de los animales: la solidaridad.