El desafío independentista

Soplagaitas

La Razón
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No creo que sea tanto un problema de pelotas como de experiencia vital. Si no has estado nunca inmerso en una bronca, si jamás has recibido o repartido un guantazo, ni siquiera en el patio del colegio cuando eras un chaval, es difícil que entiendas la mecánica y los procesos mentales del camorrista abusón. Y eso es lo que les ha pasado y para nuestra desgracia les puede seguir ocurriendo a Rajoy y a ese elenco de refinados opositores que le rodea. Durante muchos meses, cuando ponías con crudeza sobre el tablero la posibilidad de que Puigdemont, Junqueras y sus compinches proclamaran la independencia de Cataluña, todo lo que se les ocurría decir y repetía como loros la bandada de tertulianos que revolotea alrededor de La Moncloa, es que no era posible, porque es «anticonstitucional». De nada servía replicar que la vida te enseña que el que algo sea ilegal, desquiciado o muy perjudicial, no impide que la gente lo haga. Y que si ocurre cotidianamente en el seno de la familia o en la empresa, no hay razón para que no suceda en política, como dejan patente los independentistas catalanes. La gente, por lo menos la que trata conmigo, está atónita. No entiende que a Rajoy, a sus ministros y a los dirigentes del PP se les llene la boca hablando de «graves delitos» y que los delincuentes –sean mossos, empresarios, curas, abades, consejeros o presidents– sigan tan frescos en sus puestos, cobrando suculentos sueldazos y planificando nuevas y mayores tropelías. Cuesta digerir que un Gobierno legítimo haya tolerado que los más altos funcionarios del Estado en Cataluña tejieran durante años y públicamente un «Estado paralelo» con el dinero de todos los ciudadanos. Los sediciosos no ocultaron sus planes: con mucha antelación anunciaron que aprobarían leyes golpistas, destinadas a dinamitar España y el propio Estatuto de Cataluña. Y que luego convocarían un referéndum y después la independencia. Sabíamos hacía dónde iban, pero se les dejó hacer en nombre de la prudencia. Lastrado por la inicua deslealtad del PSOE, obsesionado por causar buena impresión, el Gobierno Rajoy descuidó la comunicación, la defensa emocional de España y, asistido por unos jueces inanes, hasta las libertades de millones de catalanes, tolerando que se les impidiera educar a sus hijos en su lengua materna o rotular sus tiendas en castellano. Ya no hay margen. Es de soplagaitas ponerse ahora a discutir si el 1-O hubo 880 u 8.000 heridos. El golpe de estado está en marcha y frente a eso no hay proporcionalidad que valga: o lo frenas en seco, Mariano, o nos vamos todos a la mierda.