Cristina López Schlichting

Stephen Hawking patina

La Razón
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Detesto decir algo malo de Stephen Hawking porque lo admiro profundamente. En muchos aspectos me gustaría ser como este hombre que –ya en la Universidad– descubrió que tenía una esclerosis lateral amiotrófica (ELA) y jamás ha tirado la toalla. Hawking es un campeón de la voluntad. Ha ido perdiendo toda la musculatura y actualmente no puede ni sostener la cabeza. Su comunicación se produce a través de un ordenador, penosamente, y a pesar de ello sigue produciendo ideas frescas y originales. Con 74 años, acaba de sacar un nuevo documental en el que recorre el cosmos a bordo de una nave imaginaria y advierte del peligro que podría suponer una civilización alienígena dispuesta a saquearnos. El científico recomienda cautela a la hora de responder a una eventual llamada de seres del espacio. Considero inútil poner puertas al campo, creo que si debemos encontrarnos con «otros» ocurrirá, pero lo que me molesta de sus afirmaciones es que ha comparado el eventual encuentro con unos saqueadores extraterrestres con el descubrimiento de América. «Encontrar una civilización avanzada –dice– podría ser como cuando los nativos americanos se encontraron con Colón. Aquello no les salió bien». Le recomiendo al señor Hawking que pregunte a los ciudadanos suramericanos –mayoritariamente mestizos– si prefieren el destino de los indios exterminados a mano de los ingleses en Norteamérica. De ésos no quedó casi ninguno. Y los que quedaron fueron confinados en reservas. La conquista fue un episodio tan doloroso y despiadado como suelen ser todos los procesos imperialistas humanos. Que se lo digan a los africanos o a los habitantes de la India. Fue una mezcla muy compleja de intereses mezquinos y grandes ideales, de batallas crueles y enriquecimiento cultural, de sangre y humanidad. En aquellos años convivieron soldados despiadados con intelectuales, gentes que sólo pensaban en hacer fortuna y santos dispuestos a dar la vida por los indios. Los padres Sepúlveda y Las Casas apelaron a los Reyes, las universidades hicieron nacer el Derecho de Gentes. De todo aquello nació un mundo más amplio y aún hoy la riqueza polifacética de América del Sur lo testimonia. No sólo Europa conoció el nuevo mundo, es que el nuevo mundo conoció el viejo continente. Y, por cierto, con algunas mejoras: acabaron el canibalismo y los sacrificios rituales y nació una raza superior, fruto de los españoles con los indígenas. Los mestizos son siempre más ricos, porque sintetizan dos civilizaciones, fisiológica y espiritualmente. Me parece impropio de un científico de la talla de Hawking denigrar de un plumazo algo tan complejo como el descubrimiento. Sólo puedo decir a su favor que es de ciencias. Hay que ser muy superficial para repetir hoy la leyenda negra y aprovechar un prestigio universal y una popularidad tan amplia para arremeter contra España en nombre de un indigenismo antihistórico. Supongo que Stephen Hawking teme abrirse a otras culturas –extraterrestres, en este caso–, pero yo sostengo que, si existen, lo natural es conocerlas, no permanecer aislados del universo. Claro que yo soy española.