Julián Cabrera

Su paz...su odio

La Razón
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«Paz para mí mismo, odio para el resto» es uno de los muchos mensajes en las redes a cargo del terrorista Houssaine Abouyaaqoub abatido en Cambrils. El enunciado se supone que nada tiene que ver con los valores que defiende una religión musulmana cuyos representantes se manifiestan estos días en Barcelona y otros lugares contra el terror yihadista bajo lemas como «No en mi nombre». Y surge aquí sin embargo la pregunta a propósito del papel que, no sólo tras unos brutales atentados, sino en el «día a día» juega esa comunidad musulmana para poner pie en pared frente a interpretaciones extremas y rebuscadas del Corán que sólo buscan el odio como medio para otros fines.

El terrorismo siempre se ha alimentado de mentes débiles y manipulables y del mantra de un supuesto futuro más justo y llevadero, en ambos casos siempre retorciendo el mensaje hacia la inevitable vía de la violencia. Pero ocurre que, a ojos de la sociedad en general, no se establece entre la locura de muerte yihadista y la religión que dice defender una distinción tan clara como la que siempre ha constado en otros casos. Los atentados terribles, incluido el secuestro y muerte de un primer ministro como Aldo Moro a cargo de las «Brigadas Rojas», en ningún momento acarrearon rechazo social hacia la ideología ni las formaciones políticas de la izquierda italiana, la distinción era clara, como también lo era entre la banda Baader-Meinhof y la izquierda alemana, de igual forma que aquí en España el hecho de ser vasco en ningún momento fue contemplado como simpatizante, encubridor o laxo ante la violencia etarra. Por eso cabe seguir preguntándose por las razones que consciente o inconscientemente empujan a no pocos ciudadanos a mirar con un rabillo del ojo inquieto o desconfiado a otros ciudadanos de cultura y religión musulmana tras luctuosos sucesos como los de Barcelona.

Tal vez la respuesta tenga algo que ver con esa actitud de la propia comunidad musulmana tanto en España como en el resto de Europa antes de producirse atentados como los de Londres, Niza, París, Bruselas o el que ahora nos ocupa. Que las asociaciones islámicas estén saliendo a la calle para solidarizarse con las víctimas y mostrar su rechazo al terrorismo yihadista que en nada les representa es de pura lógica humanitaria, pero cabe preguntarse si no sería además idónea, dadas las circunstancias, una actitud mucho más beligerante en clave interna de esta comunidad ante lo que se dice y se hace por parte de elementos con los que se convive día a día. Algo falla por parte de la sociedad cuando jóvenes que no están precisamente en la indigencia llaman al odio, pero seamos claros, hay una parte de esa sociedad que es la comunidad musulmana con un plus de responsabilidad cívica y moral a la hora de señalar, marginar, y si es preciso denunciar a personajes que, como el clérigo de Ripoll, prostituyen sus valores y manipulan a sus hijos. Son ellos quienes de entrada han de expulsar a los falsos profetas de sus mezquitas.