Restringido

Suena el teléfono

La Razón
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Suena el teléfono. Atentado terrorista en Barcelona. Cuesta articular palabra cuando vuelven a tu mente tantos recuerdos mal enterrados. Memoria negra del llanto. Desesperanza atroz de tantos muertos. España custodia un largo censo de víctimas y verdugos. También acumulamos cómplices, y tontos útiles. Gente emperrada durante décadas en atribuir a los delincuentes una inteligencia colectiva tipo cuando ruge la marabunta. Un plan maestro colectivo que sólo podría cortocircuitarse mediante la necesaria claudicación. Desaparecida la hidra del terror nacionalista, sufrimos el terror islamista. Como entonces, como siempre, tras el telón de sangre ya surge una procesión de cabizbajos partidarios de la negociación, la que sea y con quien sea menester. Tipos expertos en confundir la fortaleza del sistema democrático con los arrebatos de un régimen totalitario cualquiera. O esos políticos de nuevo cuño, aunque no tanto, que se niegan a firmar el pacto yihadista mientras descubren cada dos por tres las miserias de la herencia colonial y la indiferencia de Occidente y blablablá. Buen momento, entonces, para recordar que no hay carisma ni lustre, aunque sea maligno, detrás de quien perpetra el crimen. Sus autores son, necesariamente, anormales. Siempre que entendamos como anormal el impulso de despedazar y asesinar a tus semejantes, y como anómalo, y posiblemente defectuoso, el cerebro de quien no duda en perseguir sus ideales, sean cuales sean, a base de acumular muertos. También toca subrayar que, frente a los apologetas del caos y otros firmes partidarios de la derrota, no es cierto que no haya nada qué hacer. La Policía Nacional y la Guardia Civil, así como las policías autonómicas y, por supuesto, el Centro Nacional de Inteligencia, persiguen a la hidra de forma admirable. Su eficacia, reconocida internacionalmente, tiene mucho que ver con el terrible aprendizaje adquirido durante décadas de pelear contra ETA. Un combate que, por cierto, también fue muy criticado por quienes juzgaban imposible que las fuerzas de seguridad acabaran con una organización de corte mafioso. Les parecía mucho más razonable que demócratas y asesinos llegaran a una entente. Algo así como una negociación a punta de pistola. Solventada de forma momentánea la agresión del nacionalismo terrorista, los países occidentales, y el primero España, encaran la amenaza existencial de un terrorismo de raíz religiosa. Ahora ya sólo faltan que salgan los puros de siempre, dispuestos a insultar al primero que ose en señalar la necesidad de controlar el reto islamista. Que no significa, en absoluto, tachar de incompatibles con la democracia a quienes profesan en su fe, pero sí de entender de una vez por todas que son muchos los elementos de esa teocracia que chocan de forma violenta contra nuestros principios. Dicho todo con la columna colgando de un suspiro y el corazón estrangulado por ese pobre país mío, siempre pendiente del último canalla dispuesto a inmolarnos. Suena el teléfono, e igual que aquel 19 de junio del 87 (Hipercor, 21 muertos, 45 heridos), quiero llorar. Malditos sean.