Alfonso Ussía

Sufrientes

La Razón
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Cuando agoniza agosto compartiendo mi propia agonía, recuerdo a muchos de los que no han tenido la fortuna de disfrutarlo. Este año, mi compasión ha volado hacia el nordeste y anidado en la azotea de la casa de los Pujol. Los Pujol son muchísimos. Y a Dios gracias permanecen unidos. Recuerdo al padre Payton, norteamericano, impulsor del Rosario en Familia. «La familia que reza unida, permanece unida». Ignoro si los Pujol rezan. Otros en su caso lo harían, pero esta ejemplar familia catalana, receptora de todas las caricias judiciales posibles y probables, no parece tener esa necesidad de esperanza. Nadie reza a quien se sitúa en su misma dimensión. Un lustro ha transcurrido desde que se conocieron sus travesuras, y ninguno de sus componentes ha sufrido en su nuca lo que el penalista Stampa Braun denominaba «la humillación del barrote». Corrían tiempos difíciles, y el abogado Antonio García Trevijano, el nazarí que redactó el texto de la Constitución de Guinea Ecuatorial por expreso deseo de dictador Macías, fue detenido por una absurda desobediencia política e ingresado en la prisión de Carabanchel con carácter preventivo. La detención fue arbitraria y Trevijano se negó a pagar la fianza a cambio de su libertad. José María Stampa era su letrado, y al despedirse en las puertas de la vieja cárcel del franquismo, Trevijano le anunció a Stampa una resistencia numantina en prisión para poner en evidencia al Régimen. A las veinticuatro horas, Stampa fue llamado por su cliente: -José María, sácame de aquí cuanto antes. Y deposita la fianza en el Juzgado, que no aguanto más-. El Régimen tenía manía a unos y se lo perdonaba todo a otros. El bondadoso Joaquín Ruiz-Giménez, que fuera ministro de Educación del Gobierno del Generalísimo –Zin novedaz en loz Alcázarez de laz Américaz, mi general-, siempre deseó en su nueva etapa conspiradora ser detenido y encarcelado por el régimen al que sirvió. Acudía a todas las manifestaciones prohibidas y daba la cara con gallardía en las cabeceras de éstas. Pero le sucedía lo que nos pasa a los hombres del otoño con las mujeres. Que somos transparentes. La Policía detenía a todos los responsables de la convocatoria y los sancionaba con dureza económica, y jamás reparaba en la presencia de don Joaquín. Éste, apesadumbrado, se presentaba en la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol, y solicitaba ser recibido por un comisario de la Brigada Social. –Zoy Joaquín Ruiz-Giménez, rezponzable de la manifestación y dezeo entregarme a laz autoridades-. –Por favor, don Joaquín, no hay nada contra usted, ¿cómo vamos a detenerlo? Y el comisario hacía llamar a un uniformado: - Paren un taxi para don Joaquín, y me cargan su importe en «gastos oficiales»-. Y don Joaquín llegaba a su hogar en Velázquez 51 con la expresión melancólica de los que no consiguen ser encarcelados por una causa justa.

Los Pujol no tienen ni el orgullo efímero de Trevijano ni la obsesión por el martirio de don Joaquín. Sencillamente, lo que les sucede se la refanfinflan. Saben que los políticos nacionales y los autonómicos han recomendado a determinados jueces de Cataluña que metan en el cajón de los objetos perdidos los expedientes que afectan a los Pujol, y que el tiempo juega a su favor. Prescribirán las travesuras, y los Pujol podrán disfrutar de nuevo de sus mejores agostos ascendiendo hacia las cumbres de los Pirineos. Los Pujol no pueden ingresar en la trena porque en Cataluña se interpretaría como una persecución contra el proyectista más taimado del «Procés». El Mediterráneo, mar de la Cultura y del comercio, mitiga los escándalos económicos con singular eficacia. Y al fin y al cabo, ¿qué importa lo que hayan acumulado los Pujol durante decenios, si gracias a su habilidad en la traición al Estado, fue posible enraizar el «Procés»?

Tenía la intención de escribir del agosto sufriente de los miembros de esta exótica familia, pero a medida que me llegaban las claridades, he entendido que no acertaría si incluyera a los Pujol en el saco de los sufrientes. Han disfrutado de lo lindo durante el verano, y la única noticia judicial que les puede afectar es que sean obligados a acudir a un juzgado a firmar, y lo hagan con el tostado atractivo de los navegantes, los playeros, o los senderistas hacia las cumbres.

Cuando agoniza agosto compartiendo mi propia agonía, los Pujol se lo están pasando bomba. No hay problema.