Alfonso Ussía

Sutil venganza

La Razón
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No perdí el tiempo con los «Goya». Pero he leído informaciones, críticas y opiniones en torno al cinematográfico guateque. Y he llegado a una conclusión que me devuelve, a pesar de mí, el prestigio perdido. Dani Rovira triunfó en «Ocho Apellidos Vascos». Lo hizo muy bien y con gracia. Se convirtió en una estrella. No sólo se convirtió en una estrella, sino que además, se lo creyó. En «Ocho Apellidos Catalanes» no brilló tanto, porque la película sólo trató de recoger lo que la original había sembrado, pero con muy poco talento. El mundo del cine es muy falso y envidioso. Se besan, se abrazan, lloran cuando se reencuentran con emoción desmedida, pero no perdonan el triunfo ajeno. Y una mente brillante y malvada, dio con la venganza sutil. «Vamos a cargarnos a Dani Rovira ofreciéndole la presentación de los ‘‘Goya’’». Y se lo han cargado. Tres oportunidades, tres trampas y tres fracasos. Porque Dani Rovira fue un actor de éxito bien dirigido y con un guión aceptable, pero sin una buena dirección y con un guión mediocre abierto a posibles y obligadas improvisaciones, Dani Rovira es lo más parecido a la innecesariedad. No tiene gracia. Ni aplomo. Ni capacidad de improvisar. Ni empaque. No cruza la batería.

Ignoro si la idea de sentarse entre el ministro de Cultura y la presidenta de la supuesta Academia del Cine disfrazado de Supermán, fue suya o del guionista. Por otra parte, no estuvo educado y gentil con el ministro, que, a la postre, es el subvencionador. Poco inteligente de su parte. El ministro aguantó el desprecio con su permanente sonrisa diplomática, que no es sonrisa excesivamente elogiable, porque todos los diplomáticos sonríen igual. Ingresan en la Escuela Diplomática sonriendo cada uno a su manera, y salen de ella con la misma sonrisa, que tampoco es eso. Y un golpe genial, original, jamás visto previamente. Rovira se puso unos zapatos femeninos color carmesí de altos tacones. Graciosísimo. El público se mondó de risa, dando a entender el alto nivel de humor que predominaba en la gran sala. Ignoro asimismo si fue idea suya o del guionista, pero fue una escena de las que dan la vuelta al mundo. ¡Un actor con zapatos de actriz! Una genialidad, sin duda alguna.

Pero la sutil venganza ya se ha cumplido. No le encargarán que presente por cuarta vez consecutiva la cosa de los «Goya», porque ha dejado de ser un peligro, a pesar de las originales ocurrencias y genialidades del disfraz de Supermán y los zapatos de tacón. Se echó en falta que apareciera en camisón con unas tetas postizas y una melena rubia. Si se le hubiera ocurrido a él o al guionista semejante aparición, en el mundo del cine se habría dejado de recurrir al ejemplo de Sir Alec Guiness. El año próximo, presentará la cosa el actor o la actriz con más éxito en el presente curso, siempre que se deje convencer, claro está.

Muy profunda, emocionante y todo lo demás, resultó la intervención de una ganadora que cantó una preciosidad reivindicativa-social. Creo que finalizaba su balada con un «casas sin gente, gente sin casas». Una canción solidaria, como se dice ahora, que electrizó la sensibilidad de todos los presentes. Porque la gente del cine es muy emotiva y de lágrima fácil, siempre a punto de arroyuelo descendente. He leído que la ovación fue de órdago a la grande con parte del público puesto en pie. La nueva versión del «Más vale honra sin barcos que barcos sin honra» de Méndez-Núñez.

Por lo leído, noche inolvidable. Eso sí, con la sutil venganza de por medio. En la próxima película, a Dani Rovira lo contratan para repartir los cafés.