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Todo el mundo lo sabe

La Razón
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Farhad Manjoo, de «The New York Times», escribe de «cómo Netflix ahonda en nuestras cajas de resonancia». En nuestros minifundios culturales. Ese «self-service» en el que cada cual elige los platos a su gusto y desdeña la comida del resto. El fenómeno, hijo de la era digital, puede amplificarse al consumo de noticias políticas. Facebook y Twitter como reboticas en las que hacer acopio de todo lo que confirme nuestros prejuicios, y en las que sólo entran nuestros amigos para explicar lo listos que somos. En el caso de las películas y series de televisión no hay duda de que internet provocó un placentero seísmo. Gracias a las plataformas digitales disponemos de la filmoteca universal y programamos, cuando queremos, lo que nos apetece. Puedes hacerte la integral de Bergman y luego un ciclo de los hermanos Marx y/o un recorrido por la obra de Chuck Norris. La elección depende de ti. De lo hortera que seas. Eso sí, al día siguiente nadie hablará de ello. Nadie comentará en el trabajo el morbazo que tenían Ingrid Tullin y Bibi Andersson. Lo buenísimos que eran los diálogos de Groucho y cómo martirizaba a la pobre Margaret Dumont. Todo lo más escribirás un comentario en tu birria de blog para que tu novia y tus cómplices celebren lo listo que eres mientras te escupen tus enemigos. Más que la posverdad, que también, vivimos en la era posterior a los medios de comunicación de masas y las ofertas culturales y de entretenimiento que alcanzaban a millones. Algo que sabe bien la gente del mundillo musical. Las crisis y las revoluciones tecnológicas les empitonaron antes que al resto. Bienvenidos a la atomización. Al cultivo de filias y fobias con vocación de entomólogos. Al grupito de seguidores y el conjunto rock que actúa y canta para cuatro. Nuestra tendencia a ser tontos peninsulares, la reticencia a dejarnos sorprender, crece con la parcelación de unos mensajes destinados al microconsumo. Cuando Amancio Prada le comentó un día a Chicho Sánchez Ferlosio que parecía saber de todo éste le respondió que no, que para nada, que si acaso «donde los otros tienen lagunas yo tengo islotes». Esos islotes nuestros son ya el equivalente a las islas de Micronesia amenazadas por el cambio climático. Un penacho de tierra en mitad de las olas y una suma de pandillas estancas que encontraron en la web una gloriosa plataforma para cultivar sus filias, de la colombofilia a Donald Trump. Que sí, que claro, qué yo también me congratulo de no vivir a merced de unos programadores de televisión que suelen ofrecer cosas que no me interesan. A cambio cada día es más difícil que el país entero converse de lo mismo. La gente con inquietud buscará tesoros y los borregos se harán fuertes en sus pesebres. Cada uno en su jaula, confortable y a solas con sus chifladuras. Pero como escribió Leonard Cohen, «Todo el mundo sabe que se acabó la guerra/ Todo el mundo sabe que los buenos perdieron».