José María Marco

Todos

La clave de la intervención del arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, en el último de los encuentros de LA RAZÓN fue la palabra «todos». El arzobispo dejó bien claro, efectivamente, que la Iglesia católica, y en lo que a él concierne, la Iglesia española, va a poner todo su empeño en abrir el diálogo con los que se sienten ajenos a su mensaje (pero que no tienen por qué serlo), y con aquellos que se han podido sentir alejados, por causa de la propia Iglesia, de su acción de verdad y de caridad. En la vocación de la Iglesia queda puesto el acento en la integración humana y espiritual. Aunque desde los mismos principios –eternos, para que quede claro–, la Iglesia abre una etapa de diálogo con personas que viven en una realidad esencialmente pluralista, sin vuelta atrás en la aventura, siempre arriesgada, de tener que construir su propia identidad. La palabra «todos», desde este punto de vista, abre un territorio que tal vez esté todavía sin roturar. Parece evidente que es más que nada un llamamiento a la acción. La Iglesia católica intensifica su compromiso con los excluidos. Ocurre, sin embargo, que la exclusión nos concierne a todos, por mucho que nos afecte de maneras muy diversas. Todos, incluso aquellos que se figuran que viven a salvo, estamos sometidos a la misma tensión que está acabando con lo que quedaba de un mundo estable y abre otro de interrogantes sin fin, lleno de oportunidades pero también de ansiedades y de nuevas causas de marginación. Por eso mismo, la invitación a la acción habrá de ir acompañada de una palabra que ayude a entender lo que está pasando y lo incorpore a un horizonte al que la Iglesia debe saber proporcionar su sentido.