Alfonso Ussía

Toros en Santander

La Razón
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Para respirar y liberarse de los ambientes mugrientos, resentidos e incultos que se están sucediendo en tantas ciudades y pueblos de España, nada más indicado que entrar en Santander. Desde la Albericia y la Llama, puertas del Sardinero hasta Cuatro Caminos, donde se ubica su preciosa plaza de toros, cuidada y limpia, Santander es una Bandera de España. No por los símbolos oficiales, que por supuesto se exhiben en sus sedes, sino por el pueblo. Los santanderinos, cuando navegan por la bahía y pasean por sus calles a la Virgen del Carmen, la Estrella de los Mares, el 16 de julio, siembran sus ventanas, balcones, solanas y terrazas con miles de banderas. Y las mantienen hasta el día de Santiago, patrón de España, aunque en centenares de hogares la Bandera se expone durante todo el mes de agosto.

Santander tiene una plaza de toros bellísima. En lo alto, y también acompañados por decenas de banderas, los hierros de las más importantes ganaderías de la pequeña y grandiosa historia del arte de la tauromaquia y el milagro del toro bravo. Acudí al mano a mano de «El Juli» y Miguel Ángel Perera acompañado de seis mujeres, lo cual da a entender del éxito que a mi avanzada edad disfruto. Y gocé con la excepcional torería de don Miguel Ángel y don Julián, en la vecindad de don Salvador Arias Nieto, autor y responsable de la edición de la más completa y fabulosa antología de la Poesía taurina del siglo XX. Revilla y su puro. En la grada los críticos, el formidable Vicentón Zabala de la Serna – apellido montañés hasta las cachas, y también de glorias taurinas–, y me entristeció no ver a Patricia Navarro, que en esta Feria de Santiago no se ha llegado hasta Santander, cuando su feria taurina es de las más importantes de España. El ambiente de su plaza, cambiados los tiempos, me recuerda al del Chofre donostiarra, más alegre que el de San Sebastián por la presencia colorista de sus educadas peñas de aficionados e igualmente concurrido por visitantes taurinos de todos los rincones de España. Allí los jándalos, representados por Trifón, el de la Flor de Toranzo de Sevilla. Allí los asturianos, con Mariano Linares, durante tantos años presidente de «El Diario Montañés» con su noble calva adornando una barrera. El Alcalde De la Serna, que gusta a las santanderinas más que Miguel Ángel Revilla. Los buenos aficionados de Madrid, que no son los del pañuelo verde, desde Pedro Trapote a Lucio.

Y el poder económico de la provincia, con Carlos Hazas. Un San Sebastián vuelto del revés y a favor de Santander, con las gaviotas sobrevolando la plaza y la brisa del mar ahogando los calores, que eran altos.

Con el entusiasmo de sus responsables, la plaza de toros de Santander ha sustituido las inolvidables semanas grandes de agosto. Después viene Gijón, y más tarde Bilbao, con la experiencia de la feria recuperada de San Sebastián, aunque la plaza de Illumbe no traiga melancolías. En Bilbao se sabe y se entiende mucho de toros, y es la única plaza de España, construida con el proyecto del arquitecto bilbaíno Luis Gana –ardiente ordoñista–, después del incendio de la primitiva, en la que se pueden ver los toros sin necesidad de acudir a un masajista después de las corridas, porque los espacios para las piernas de los espectadores en las plazas tradicionales están calculados con muy malas ideas. La más incómoda, la de Madrid, por los reducidos espacios y por su ambiente de permanente cabreo y falso purismo.

El Juli es un gran torero, al que me unen por su mujer Rosario Domecq, raíces familiares. No tuvo suerte con el presidente de la plaza que le negó una oreja merecida y tuvo que conformarse con la del quinto, después de una fantástica lidia y faena. Y Miguel Ángel Perera estuvo sublime, con sabor antiguo y clásico, y arrebatado de valor cuando el garcigrande decidió que le apetecía una barbaridad horadarle un muslo. Sensacional torero y una corrida extraordinaria, apoyada por un público entendido y festivo. Entendimiento y fiesta, que no son incompatibles sino complementarios, aunque se enfaden mucho esos aficionados de Madrid que lo pasan tan malamente en los toros y no fallan a una sola corrida de San Isidro. –¿Y usted por qué está tan enfadado?–; –porque vuelvo de la plaza de Las Ventas y no ha salido cojo ningún toro–.

De vuelta a los bosques y las costas del occidente montañés, un nuevo paso por la ciudad engalanada de banderas españolas, la ciudad del patriotismo inamovible y creciente. Un inmenso balón de oxígeno y optimismo. Solamente una propuesta. En la habanera de «Santander» se oye al enamorado que le dice a su amor «ponte el pañuelo encarnado y vamos a pasear». De acuerdo con lo segundo, pero el autor del texto de la canción estaba mal de la vista cuando compuso la letra. El pañuelo es azul. Lo llevan anundado al cuello los santanderinos. Azul de mar, como la blusa de la bahía.

Toros en Santander.