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Contrastan el sol de Londres, la hierba seca de Wimbledon y la luz de Rafa Nadal con los cielos grises de Madrid, y una buena parte de la península Ibérica, cargados de agua bendita para humedecer una orografía que huele a quemado. No llueve a gusto de todos si el chaparrón es desmedido, exagerado y torrencial; tan desposeído de sutileza que amenaza con la capitulación del verano. Pero no, el calor va y viene metido entre paréntesis hasta que la estación imponga su temperatura y extienda la toalla en cualquier playa. El ciclo estival es tan evidente como la exuberante condición física de Nadal, quien, por la pista, despliega avasallador su fortaleza, aderezada con un tenis rotundo y espectacular, como si el eco de Roland Garros retumbara meridiano y potente al otro lado del Canal de La Mancha.

En otro canal, las oscuras e impertinentes puestas en escena de compañías que, amparadas en la figura de un deportista, convocan presentaciones y conferencias de prensa donde sólo pregunta el presentador. Sergio Ramos, que suele explicarse bastante bien y ha lidiado con situaciones mucho más delicadas, ha sido cómplice de una de esas absurdas maniobras. Como es natural, el periodista que acude solícito a la convocatoria, abandona enfadado y frustrado.

Conclusión, la marca no existe y el papel de Sergio, que cobra por la exposición, resulta intrascendente. Corría el riesgo de haber sido preguntado por Cristiano Ronaldo, ¿y qué? «No he hablado con Cris –puede que sí o puede que no–; pero seguro que sigue con nosotros. ¿Dónde va a estar mejor?», habría respondido y el patrocinador saldría en los papeles. Afortunadamente, el fútbol es mucho más noble que ese desatino. Sirva de muestra el rapado general de la plantilla del Athletic en solidaridad con Yeray, en ciclo quimioterapéutico.