Francisco Nieva

Trabajos de señora

Es muy lícito que «una señora» quiera trabajar en algo útil y rentable, pero más lícito aún es que lo haga como le dé la gana. Voy a ocuparme de un caso –admirable, por cierto– que no es singular, sino representativo de un grupúsculo social de damas de alto rango que se han dedicado a lo mismo: alquilar apartamentos en zonas muy populares, transformarlos estéticamente y realquilarlos a turistas de clase, que pagan bien este servicio. Un alojamiento representativo y elegante, en el que recibir a las visitas en un marco de lo más adecuado a su estilo de vida.

Era el caso de Susana Z, bellísima mujer, casada con un noble austriaco, que pasaba la vida fuera de casa, en Viena la mayor parte del tiempo. Dicha señora era todo un dechado de distinción y fue declarada por la prensa del corazón una de las mujeres más elegantes del mundo. Susana era mujer de tan alta clase que renunció a aceptar toda publicidad, para que sus hijos no sufrieran el menor acoso en la escuela por tener una madre tan famosa, que aparecía en los papeles como una diva cualquiera. No parecía muy adecuado para ella y su honda y cultivada elegancia de sentimientos y de actos. Es de aplaudir su negativa, que no interfería en su elogiable trabajo, el de transformar un piso modesto en palacete privado de un superior refinamiento, de lo que extraía muy sustanciosas ganancias.

No se trataba solo de uno, sino de algunos más. Corría subastas, baratillos y hasta traperos buscando piezas de gusto, como rastro de una vida de lujo. Estudiaba con empeño Historia del Arte, se aliaba con avezados mueblistas, falsificadores de lo rancio, escenógrafos teatrales, como lo era yo mismo. Se ayudaba también de un maestro de obras que le daba al exiguo recinto una complejidad muy sugerente, efectos ópticos inesperados y originales, dando la sensación de estar habitando el rinconcito excusado de un palacio muy vasto. Hace falta mucha agudeza psicológica y artística para lograr ese «trompe l’oeil», ese sofisticado engaño, esa distinguidísima ratonera. Se pasaba las horas muertas calculando efectos y manejando espejos para crear perspectivas que ensancharan el espacio y eran auténticos espejismos. Esforzados trabajos para una gran señora. Ejemplar existencia de alta gama intelectual, espiritual alquimia y espejo de distinguidas brujas, bello trabajo para señoras de su estirpe. Tomen ejemplo las nuevas ricas.

Sin embargo, Susana fue víctima de una gran frustración. Había adquirido en el «Marché aux puces» de París una rara estatuilla, un bronce que más tarde se reveló perteneciente al taller de Benvenuto Cellini. Estuvo en sus manos esta fortuna que representaba al Centauro Quirón para un centro de mesa por encargo de Cosme de Médicis. La utilizó para decorar uno de sus apartamentos y no volvió a verla jamás. Un día vino a casa fuera de sí. Enarbolaba una revista de arte en la que se revelaba su identidad . –«De nada me ha valido estudiar tanto. Más me hubiera convenido meterme de secretaria en un ministerio. Estaba cometiendo un fraude y finalmente me he engañado a mí misma. No me lo perdonaré jamás». Hay que ser genial para descubrir y adquirir como chatarra una pieza de Cellini.

Reflexiones al canto:

Me viene a la memoria una bella comedia de Jacques Audiberti llamada «El mal corre». Pues, sí; el mal corre más deprisa que el bien y, asimismo, los ricos pueden ser también listos y poner todo su prestigio y conocimientos adquiridos al servicio del mal. El mal los asesora como un atractivo Mefistófeles que les facilita y allana el camino del pecado social y la prevaricación, la gran estafa política y bancaria. Como veneciano de vocación, recuerdo los manejos del Conde Volpi durante la época de Mussolini, que defraudó miles de millones de liras y empobreció a su país, en especial a la industria de la región del Véneto. Yo viví en una casa vecina al Palacio Volpi y fui testigo de sus memorables fastos, de toda la gloria que corona un latrocinio magno. Mal ejemplo para los inocentes ciudadanos, convencidos de que la política solo sirve para enriquecerse abusando de su poder. No para crear algo positivo y de agradecer. Todo su saber y prestigio jugados a una sola carta, que es el glorioso triunfo del mal, que –de nuevo repito– corre más deprisa que el bien. Todos los ciudadanos podemos considerarnos víctimas de una nueva impostura, colonizados por la cultura del fraude. Y ahora, ¿qué PODEMOS hacer si el mal corre delante?