Martín Prieto

Tras la tristeza maligna

La OMS es un reservorio de burócratas internacionales sospechoso de alarmas erradas y colusiones con las multinacionales de farmacia. Pero cuenta con un servicio estadístico que le permitió predecir la obesidad mórbida en las sociedades occidentales, y hoy la depresión, la tristeza maligna, como enfermedad príncipe en los mismos espacios. La matanza de los Alpes prodiga ideas atrabiliarias sobre los suicidas y depresivos, o los que conjugan su doble muerte, equiparando sus insanias con las del acomodado copiloto sin otros problemas que su gigantesca megalomanía y su ausencia de empatía con los seres humanos. No se tiene noticia científica de la depresión, incluso la doble endógena-exógena, induzca a suicidios multitudinarios. La Historia contemporánea da cuenta de suicidios nobles de gentes egregias. Pau Lafargue, cofundador del PSOE-UGT, autor del memorable «Derecho a la pereza», casado con Laura, hija de Carlos Marx, se suicidó con ella de mutuo acuerdo para obviar la vejez. Arthur Koelster, el periodista aventurero que le sacó la máscara al comunismo, se mató consensuadamente junto a su esposa. Stefan Zweig, otro gran escritor judío, tomó su última decisión también de acuerdo con su mujer, en Petrópolis, cerca de Río de Janeiro, ante la creencia de la victoria nazi. Todos fueron pulcros, no dejaron deudas, sus asuntos quedaron arreglados, usaron fármacos y los Zweig dejaron financiación e instrucciones para la atención de su perro al que no se les ocurrió llevar con ellos. Conductas que no serán ejemplares, pero que no se compadecen con la del mozo mimado de los Alpes por mucha depresión que tuviera. La acepción «buena persona» ya casi define a un tontorrón incapaz de una pifia por falta de agudeza, y «mala persona» se ha banalizado para el agrio de carácter, y poco más. La inmoralidad, la amoralidad, el mal en estado puro parecen no existir entre nosotros y por ello no podemos entender al copiloto. Lo menos importante es que fuera suicida y depresivo: era un hideputa.