Ángela Vallvey

«Troling»

La Razón
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Sabemos que vienen elecciones porque aumenta de manera espeluznante la actividad de los «trolls». En realidad, no se trata de verdaderos «trolls» virtuales, sino de sicarios digitales pagados por algunos partidos políticos para que ejerzan su actividad donde surja la oportunidad: comentarios en prensa on-line y otros dominios de internet, espacios para oyentes en radio, encuestas de televisión... Me lo invento, pero más que «trolls» son «hitrolls» (hit: golpear; hitman: sicario); esbirros puestos al servicio de un ideario político que defienden con increíble pasión (digo increíble porque nadie se la puede creer), incluso las más absurdas y ridículas acciones y discursos de los líderes políticos que les abonan una paga. Los «trolls» se dedican a ensuciar internet con sus intervenciones provocadoras y violentas, motivados por una especie de placer sádico que se autosatisface dependiendo del daño causado con sus palabrotas, ortográficamente muy mejorables, mientras que los «hitrolls» son mercenarios al servicio de un partido político, aunque también los contratan, llegado el caso, compañías, asociaciones, entidades, corporaciones... que desean manipular a la opinión pública según determinados intereses comerciales. Cobran una tarifa plana por hacer visibles sus aullidos a favor de un cliente político y, sobre todo, en contra de los adversarios de quien le paga. Los «hitrolls» ejercen la difamación asalariada de manera frenética e incansable. Ni siquiera quienes los emplean deben tener claro de dónde sacan las energías, las expresiones furibundas, las rabiosas andanadas verbales contra los opositores de sus patronos, los argumentarios colérico-ideológicos, la ristra interminable de insultos energúmenos... Son múltiples las personalidades ficticias que adoptan, todas tramposas y con un tinte demoniaco, de poseso irritable de película de terror adolescente de los años ochenta.

Estos nuevos «hitrolls» son trabajadores temporeros, una reciente clase laboral jornalera, surgida al hilo de los tiempos, que algún día encontrará a un flamante redentor teórico que abogue por su emancipación y explique las dificultades de su patética y agria lucha de clases virtual. Su periodo de trabajo dura menos que la temporada de la aceituna: de apenas una semana antes de la convocatoria de elecciones, hasta el minuto uno de la jornada de reflexión, previa a la cita con las urnas. No podría alargarse más tiempo porque, ejercer de tal durante más de un mes, acaba dejando a cualquiera para el frenopático. (Para volver a él, digo). Y sí, ya: Montaigne aseguraba que la cobardía es la madre de la crueldad... Pero es porque no tenía ADSL.