Transporte por carretera

Uberízate, chaval

La Razón
La RazónLa Razón

La noticia de que las acciones de Amazon cotizan a 1.000 dólares engarza con la huelga de taxis en Madrid. ¿Cómo dice? Bienvenidos a la apoteosis del capitalismo gaseoso. Lo explica Esteban Hernández en El Confidencial: «El nuevo modelo de negocio que están imponiendo las tecnológicas y los fondos de inversión que las impulsan posee una visión holística en la que se pretende extraer lo máximo haciendo lo mínimo». Todavía recuerdo las risas, jojojo, cuando la industria cultural se fue al guano. Hablaban los paladines del nuevo paradigma tecnológico de un tiempo de vino y rosas en el que los creadores compartían su arte con el público sin otra mediación que iTunes. Lo que no entendían, y daba igual explicárselo porque para eso está internet, para opinar sin informarse, para ladrar y no parar sin necesidad de haber leído antes, fue que empresas como iTunes limitan sus servicios al mínimo común denominador. No buscaban talentos. No adelantan dinero para que los compositores dejen trabajos y dediquen horas en escribir canciones. No pagan adelantos para alquilar un estudio y grabar. No contratan a técnicos de sonido e ingenieros, productores, etc. Idem para el caso de la literatura, de la que sólo quién jamás publicó creería razonable extirpar a los editores. El resultado fue un desplome colosal que liquidaba la era de las discográficas. Imprescindibles filtros y/o amplificadores de lo que de otra forma muere eclipsado por el barullo de una aldea atomizada. La historia vale también para Google. Que vive, en buena manera, de lo que yo escribo y usted lee. Sin dar las gracias por los servicios ni, mucho menos, pasarle el cedazo a las trolas que algunos cuelan como noticias. Yo, que uso Amazon, no crean, reconozco las ventajas de comprarme lo último de Masaaki Suzuki al mejor precio. O el libro aquel que andaba descatalogado. Pero lamento que en un tablero cada día más caníbal apenas haya sitio para nadie excepto los tiburones gran tonelaje. Multinacionales con una inversión mínima en empleados, y en ese sentido al menos Amazon no es como otras, siquiera por los almacenes. Conglomerados que pasan de todo excepto de cobrar una tarifa o porcentaje. Imperios que, encima, acostumbran a llevárselo crudo a mil y un paraísos fiscales. Si algo les sobra será para masajear egos entre los legisladores. Engrasar lobbies y, ya puestos. Regalar cariños a los tontos útiles que cantan su panacea en las redes sociales. Que nos les cuenten la milonga de la diligencia, que pasó a mejor vida cuando aterrizó el motor de explosión. A no ser que aspiren a trabajar como caballo de tiro en la carreta. Encantado de masticar una zanahoria mientras, allá en el cielo, vuelan con rumbo incierto los beneficios sociales y económicos nacidos de las viejas prácticas empresariales. Uberizados todos, precarios de llanto y risa, sodomizados por la fiesta de un capitalismo cada día más lejos del que musculó las democracias, París era una fiesta y el mundo que viene ni les cuento.