Debate de investidura

Último tango en Madrid

La Razón
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Vuelve septiembre con los deberes por hacer. Rajoy podría haberles dicho ayer que estaban más gordos, que fueran haciendo hueco en su agenda para el gimnasio. Que la palabra fofisano se inventó para escapar de la tiranía pero que en realidad si no corren cada día acabarán tristes y solos, o eso cree él. Los barridos de las cámaras sobre el hemiciclo no parecían reflejar muchas más profundidades en sus rostros. Los niños volvieron al colegio después de las vacaciones que no han merecido. Pedro Sánchez, en su papel de abusón, ponía cara de malo, con ganas de pillar a Rajoy en el recreo mientras el presidente hacía de primero de la clase. Le pedían más pasión, como si aquello fuera «El último tango en París», la nueva versión de «Ben-Hur», en fin, algún episodio de «Granjero busca esposa». O directamente porno blando, o porno Hernando, por lo solícito de nuevas experiencias que estaba el portavoz del PSOE, al que todo le parece poco. Una vez que se prueban las mieles de la investidura fallida, cualquier látigo es pequeño. Los políticos hacían de críticos teatrales, a falta de saber por dónde cortar el traje, en lo que ya fue el colmo de la frivolidad. «Soporífero», aseguró Errejón. Digo: si quieren reírse que se pongan la jota de Echenique. En su sueldo está aburrirse un rato. O toda la vida. Aburrirse al cabo es un acto subjetivo, inteligente. Tremendamente animal. La risa, sin embargo, es humana. Pocos humanos pisaron la carrera de San Jerónimo ayer por la tarde. A Sus Señorías les faltó, pues, saltar de escaño en escaño como monos. Aquellas caras no parecían preocupadas por el fuego fatuo, la mascarada, el arpón socialista perdido en una marejada sin capitán. Los analistas aún podían pronunciar frases completas frente al Congreso como parte de la representación sin que a ninguno se le cayera un anillo, un mal pendiente. No queda del todo bien salir moreno en televisión relatando catástrofes. La que ayer se anunciaba era única. La caza de Moby Dick. España a punto de ser engullida por una araña. Y sin embargo pensaban bronceados como si las Cortes se hubieran trasladado a Marbella. O a Cádiz, de donde no debieron salir. Las Cortes, digo. A esa hora un despacho de agencia anunciaba que los perros nos entienden. Uno de tantos estudios realizados con no sé cuántos canes así lo atestiguaba. O sea, los perros saben lo que estamos diciendo. Y aún así no nos da vergüenza hablarles como si fueran niños pequeños, que es a lo que dedicaron la tarde los portavoces de los grupos parlamentarios. A desfilar por un micrófono a soltarnos unas frescas, como en una de esas ridículas sesiones para bebés. No se preocupen. Hoy será peor. Los que no han estudiado en todo el verano van a soltar todo lo que han aprendido. Será menos aburrido y más deprimente. Elegimos mal momento para dejar de fumar.