Alfonso Ussía

«Un aytekin»

La Razón
La RazónLa Razón

Ya he explicado en alguna ocasión lo que en Madrid se dice «hacer un hannover». Hace un hannover el que acude con expresión de tristeza a un funeral con mucho tiempo de antelación, para abrazar y besar a los enlutados deudos, y ya abrazados y besados abandona el templo por un acceso lateral para tomar una copa con otros hannover. Si el funeral es en la parroquia de San Francisco de Borja de los Padres Jesuitas, los hannover se reúnen en «Hevia», una manzana descendente. Si en La Milagrosa, los hannover se dispersan entre «Las Bridas», «El Yate» y el bar del Intercontinental. Si el oficio fúnebre tiene lugar en San Fermín de los Navarros, la reunión de los hannover elige «Richelieu» y cuando en este local no cabe un alfiler, en su vecino «Mazarinos». Si en El Cristo de Ayala, Embassy –¡ay, qué dolor!–, y si en los Carmelitas de Ayala, en el bar del Hotel Velázquez. A otras iglesias los hannover no van por no considerarlas de gente bien. Bueno, está la de Caná de Pozuelo, rodeada de bares de escaso atractivo y ninguna tradición a los que acuden tan sólo los hannover del referido extrarradio. De celebrarse el funeral en otro templo que no figure entre los anteriormente citados, los asistentes se reúnen exclusivamente para rezar, lo que por otra parte, es lo correcto aunque sea menos divertido. Porque en Madrid, de unos años a estos tiempos, se aprovechan los funerales para hacer sociedad, reencontrarse con viejos amigos y novias del pasado, y hacer comentarios –ya en el bar– del aspecto de algunos de los encontrados. –A Lolita le quedan dos telediarios–.

Desde el pasado miércoles, en Barcelona no se hacen hannovers, más propios de la Capital, sino aytekines. El Barça le hizo un aytekin al París Saint Germain, y los jueces con limitada afición al riesgo, le han hecho un aytekin a Mas, Rigau y Ortega. Porque condenar a dos añitos de inhabilitación a quienes han desafiado al Estado de Derecho y la unidad de España utilizando el dinero público, amén de desobedecer al Tribunal Supremo y al Constitucional, entra más en el terreno del aytekin que en el de la Justicia. Y para colmo, los beneficiados por el aytekin judicial se han enfadado un poco. No le recomiendo a Mas, Rigau y Ortega que recurran al Tribunal Supremo. El ciudadano despistado cree que el Tribunal Supremo reduce las sentencias condenatorias, cuando no es así. El General Armada, en el juicio del 23 de Febrero, fue condenado a seis años y un día de prisión. Cambió de abogado, recurrió al Supremo y le cayeron treinta años. Los magistrados del Alto Tribunal no están coaccionados por las presiones nacionalistas de la sociedad catalana, y por ello, juzgan y sentencian ajenos a la influencia de los aytekin de turno. Porque en Cataluña, lo de desobedecer a la Justicia, traicionar a España y prevaricar con el dinero de los españoles, carece de importancia. Allí, el baremo de valoraciones es confuso. Cuando fue inaugurado el magnífico edificio de Agbar, Carod Rovira no le preguntó al arquitecto principal por las ventajas de su proyecto. Le preguntó si los albañiles se hablaban entre ellos en español o en catalán. Y cuando le respondieron que en español, a Carod Rovira le dejó de gustar el edificio.

Tengo para mí, que Mas, Rigau y Ortega harían bien en asumir y aceptar la sentencia de la condenita y no recurrir a instancias superiores. Sólo si Aytekin se instala en Madrid y se pone a tocar el pito, es posible que la condenita sea aliviada. Pero no parece probable que ello suceda. Y el Supremo, sin aytekines en el hoprizonte, puede sorprender desagradablemente al trío separatista. Dos añitos pasan pronto, y si se usa con habilidad el victimismo, retornarán a la política como lo que no son. Héroes de las remontadas.