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Un canapé en el Alcázar

La Razón
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Los kioscos andaluces han vendido esta mañana dos diarios que se publican desde el siglo XIX, así que tampoco presumiremos en este periódico de pedigrí por cumplir tres lustros de edición sureña, decimoquinto aniversario que anoche festejamos con una soirée en los Reales Alcázares (seamos serios: pobres, vale, pero antes muertos que el cutrerío de organizar una francachela discotequera en un polígono industrial). Eppur... Quince años no son gran cosa, concretamente un 25% menos que la nada tanguera de Gardel, pero tampoco es un hito desdeñable en esta era del estallido digital y la consiguiente penumbra intelectual. Mal que bien, con nuestras limitaciones, les revelamos noticias o les contamos cada día historias con el propósito no ya de mejorar el mundo, pues ya pasó ese ardor juvenil hace rato, sino de ganarnos la nómina sin ciscarnos demasiado en la deontología. El jefe de todo esto, a quien honra el prodigarse más en las librerías que en las tertulias, ha convertido LA RAZÓN Andalucía en algo mucho más importante que un reto profesional: es un proyecto de vida (de mala vida, quizás) al que lleva dedicado un tercio de su existencia: y lo que le queda. La mera enumeración de los nombres de cuantos hacen, o hicieron durante un trecho, posible este alarde de supervivencia en condiciones extremas desbordaría de sobra el espacio de este artículo, aunque aquí ocurre como con el alcalde de «Amanece, que no es poco», que todos somos contingentes menos quien es necesario. Una de las peores cosas que se puede ser en la vida es pelota, pero mis compañeros sabrán verse englobados en la mención individual de este tío tan raro que deben aguantar 362 tardes al año. Multiplicado por quince... alguno le echa la pata al Santo Job. Felicidades, Paco.