El desafío independentista

Un complejo de leyenda

La Razón
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Las lecciones de democracia que desde algunas tribunas internacionales tratan a España como si Franco hubiera resucitado (otra vez) atraviesa el esternón de algunos españoles como si les clavaran la pica de Flandes. Nuestra incultura secular y un gen dotado tanto para vivir la vida loca como para el masoquismo nos hace vulnerables como un niño de cristal. Hay quien compra, desde la España misma, que el Imperio fue terrorífico y que ahora gobierna la Santa Inquisición con la ayuda de Harvey Weinstein. La izquierda siempre tan moralmente desnuda. Algunos libros han llegado al rescate del paletismo ilustrado, como «Imperofobia», de María Elvira Roca Garea, y «En defensa de España», de Stanley G. Payne. Claro que estos escritos, aunque se vendan, no tienen el eco de las falacias que se propagan a la velocidad del aprovechado Hamilton por los conductos malolientes de las redes sociales. Si en las escuelas, además de enseñar macramé y el nombre del río del pueblo más cercano, se abundara en la Historia tal vez no estaríamos en la desembocadura de una cloaca mental. No sabemos a dónde vamos porque desconocemos de dónde venimos. De ahí que se digiera como pienso para perros peligrosos que Colón fue un genocida, por ejemplo, mientras nadie recuerda ahora el infierno del Congo belga, «El corazón de las tinieblas», de Joseph Conrad, o «El sueño del celta», de Vargas Llosa, que es una novela sobre la otra novela, el relato sobre la masacre de Leopoldo II de Bélgica. No se trata de empuñar el «y tú más» para rebatir las barbaridades de los señores que se ponen flamencos a la manera de Los Morancos sino de poner la Historia en la vitrina adecuada. El español es un ser acomplejado que aún cree que nada huele a podrido en Dinamarca y que las suecas les pueden enseñar a surcar una ola sexual. Nos vemos en calzoncillos y bajitos cuando la mayoría viste mejor que cualquier inglés, tiene estudios superiores y puede ver por televisión penetraciones a tiempo real sin que se aplique el 155. Un enigma de falta de autoestima tan profundo que no habrá papeles desclasificados que lo aclare. Menos mal que algunos balcones recuerdan en la calle que, aunque callados, hay quien ya no traga con la monserga de la España madrastra. Los tíos de la vara llegaron a Bruselas para ahondar en los mitos del exilio. Un arma cargada de odio que exhiben como punta de lanza del pacifismo. Si estas personas, elegidas en las urnas, mienten sobre la mentira, qué no estarán dispuestos a hacer los que utilizan el embuste como trinchera para enfangar la reputación de un país de leyenda que no se cree sus propias hazañas. No ya las del pasado, sino las del día a día. El milagro por el que deberíamos besar el democrático suelo que pisamos.