Política

España

Un gran Monarca

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Fue recibido por la oposición de izquierdas, más o menos sentimentalmente republicana, como «Juan Carlos I, el Breve», y su reinado ha durado casi cuarenta años. La noticia de su abdicación ha producido sorpresa. Pero, conociéndolo un poco, es seguro que no ha sido una decisión improvisada y que la principal razón de la misma tiene que ver, después de sopesar bien los pros y los contras, con el mejor servicio a España y a la Corona. A esa misión, que aprendió de su padre, Don Juan, desde niño, lo ha sacrificado todo. Desde que era Príncipe de España sabía muy bien que la permanencia de la Corona dependía del mantenimiento del orden constitucional. Y esto lo ha cumplido a rajatabla hasta el final. Por eso renunció libremente a los poderes heredados de Franco. Por eso fue el que paró el golpe el 23-F. Cualquier otro, incluido su padre, en aquellas circunstancias, habría sido incapaz de impulsar con éxito un régimen democrático como él lo hizo. Desde el principio se propuso ser Rey de todos los españoles. Para los historiadores más serios, su reinado ha sido el más largo periodo de paz y libertad de la historia de España. Parece suficiente motivo para la gratitud de todos.

Por lo visto, llevaba meses meditando dar este paso. En los últimos años la Corona, que mantiene, a pesar de la prolongada crisis económica y del cansancio que se observa en la calle de todas las instituciones, el favor de los españoles y que sigue prestando un insustituible servicio al país, había perdido brillo, afectada por el desprestigio de toda la clase política, por las duras reformas económicas y por comportamientos poco ejemplares de miembros de la familia real, especialmente por el «caso Urdangarín», que afecta a la Infanta Cristina, así como por errores humanos del propio Monarca y por sus reiterados achaques de salud, que condicionaban su movilidad. De hecho, el Príncipe Felipe había alcanzado a su padre, de 76 años, en popularidad. En cierta medida, España había dejado, por unas cosas o por otras, de ser «juancarlista». A cualquier observador enterado le impresionaba últimamente la soledad del Rey, que ha sido una de las características de su vida, desde niño.

Así que su abdicación está cargada de sentido. El día que presidió el funeral de Adolfo Suárez fue brutalmente consciente de esa soledad y de que empezaba una nueva etapa. La marea joven de las últimas elecciones europeas, con pulsiones republicanas, también invitaba al relevo generacional en la Jefatura del Estado. Y más después de comprobar de que el Príncipe, a los diez años de su matrimonio, estaba ya suficientemente placeado y preparado para tan ardua misión.

Desde el Partido Comunista, quebrantando su pacto inicial con la Corona para obtener carta de naturaleza democrática, alientan desde hace tiempo el cambio de régimen aireando las banderas republicanas. Ahora es la nota discordante. Lo mismo que pasó con Don Juan Carlos, pronostican un reinado breve para el hijo, sin percatarse de que la Monarquía tiene mucho más arraigo en España que la República y de que el relevo en La Zarzuela lo que hará será previsiblemente fortalecer la institución y ponerla al día. De eso se trata. Generosamente se hace a un lado un gran Rey en el momento más oportuno, y se abre en España una nueva etapa, caracterizada por la continuidad y la puesta al día.