Jesús Fonseca

Un Rey sin alharacas

La Razón
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El asqueo se ha hecho cotidiano. No opino. Digo lo que sucede. Las ambiciones personales, los desencuentros, están causando enorme daño a España. Tal y como andan las cosas entre nosotros, deberíamos tomar muy en cuenta las últimas advertencias de la Europa de la Unión, en el sentido de que la falta de gobierno en nuestra patria, lo único que consigue es enviar señales de debilidad sobre un país que debería ser fuerte por muchas razones. La más poderosa de todas, las capacidades y tenacidad de los españoles. Temen en Bruselas que este guirigay en el que estamos –y del que no sabemos cuándo saldremos–, aumente la desafección de unos y otros. A estas alturas del paseo, a nadie se le escapa que las fases prolongadas de espera política, lo son también de amenaza para la convivencia, los dineros y las personas. Pero es que, además, tienen, por añadidura, un alto coste en la imagen y el peso internacional.

No descubro nada nuevo si digo que resulta difícil encontrar a algún personaje público que no tenga responsabilidad en este desaguisado. No tanto porque sean memos –como muchos proclaman–, como porque tienen sus intereses que defender y les da lo mismo todo lo demás. Algo que lleva al desastre muy deprisa a cualquier nación. Ejemplos tenemos. Pero hay alguien a quien la inmensa mayoría de los españoles salva, a juzgar por los sondeos de esta semana y lo sucedido en las últimas horas. Y ese es el Rey. Don Felipe ha hecho una gestión impecable. Su respeto por el ordenamiento constitucional lo reconocen todos. Ha sido imparcial y ha culminado, con toda naturalidad, lo que marca nuestra Carta Magna. Advirtió en su discurso de investidura que él era un rey constitucional y lo está demostrando. Nada de este grandísimo enredo –y mira que es difícil– le ha salpicado, pese a los intentos de algunos, y no precisamente de izquierdas, por meterle el dedo en el ojo, en un proceso tan trascendente.

Esta derecha sin convicciones, que sólo sabe medir y pesar, siempre ha apuntado maneras republicanas. El Rey ha escuchado a todo quisqui con soberana paciencia y sin alharacas, y ha sabido colar la pelota en la escuadra, con inteligencia y habilidad, dando juego a los partidos, pero lejos, muy lejos, de pretensiones e intereses partidistas. Don Felipe ha hecho lo que tenía que hacer. Lo está haciendo desde el primer día de su reinado; y hasta ha tenido el buen sentido de pedir a nuestros mandamás, a puerta cerrada, una campaña breve, limpia y austera. Sagaz, con los pies en el suelo, Don Felipe sabe que ni el horno está para bollos, ni los españoles para juegos de cañas. Si alguien sale reforzado en esta hora de incertidumbre, ese es Felipe VI.

A todos nos debería alegrar que quien está a la cabeza del Estado, tenga tan claras las libertades y valores que la inmensa mayoría de los españoles queremos para nuestra convivencia. Su importancia, como una de las garantías de nuestro sistema político, ha quedado clara. Siempre es así: mientras hay alguien capaz de escuchar con discreción y actuar prudentemente, en medio del estruendo, las cosas pueden enderezarse por encima de cualquier desastre. Por eso nos importa tanto saber que el Rey, que este Rey, está ahí.