Reformas en Cuba

Un tirano ante el juicio de la Historia

La Razón
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El hombre que impuso a Cuba la dictadura comunista más larga de América Latina cumple 90 años. Nació en Birán, al sur de la Isla, de padre español, que no reconoció a su hijo hasta que se divorció de su primera mujer. Fidel, en consecuencia, no pudo tomar el apellido Castro hasta los 17. Estudió en colegios lasalianos y jesuitas, y luego Derecho en la Universidad de La Habana en 1945, aunque nunca fue un buen estudiante. Se afilió al Partido Ortodoxo, socialdemócrata, escisión del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), de la misma ideología, y que gobernaba democráticamente el país desde el 44.

En 1952 aspiró a un escaño en la Cámara de Representantes, pero el golpe de Batista impidió que se celebraran las elecciones. Fidel ya era entonces un hombre violento, acusado de crímenes políticos, como el asesinato del también estudiante Manuel Castro. Tras el golpe, se inició una ola de violencia con atentados terroristas, ataques a cuarteles y asesinatos de militares, a los que Batista respondió con una durísima represión. Uno de esos ataques contra la dictadura fue el asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, protagonizado por Fidel Castro. Aquello le supuso una condena de quince años que no cumplió, porque en 1955 fue amnistiado y se marchó a México. La estancia en la cárcel, por cierto, no fue dura: tuvo una celda individual, acceso ilimitado a libros, refrigerador propio, y cocinilla. Incluso comió alguna vez con el director de la prisión, al que luego, por cierto, al convertirse en dictador, fusiló.

En México adiestró una guerrilla a la que llamó “Movimiento 26 de Julio”. Allí contó con el español Alberto Bayó, ex combatiente de la guerra civil, y con Che Guevara. En noviembre de 1956 se embarcaron ochenta y dos guerrilleros en el yate de recreo Granma (contracción de “Gran Mother”), y marcharon a Cuba. Tras ser atacados por una fragata, los supervivientes se refugiaron en las montañas de Sierra Maestra. Comenzó así una guerra de guerrillas que Batista no quiso concluir porque los jefes de su Estado Mayor se quedaban con el dinero del presupuesto bélico. Al campamento de Castro llegó Herbert Matthews, corresponsal del New York Times, y que ya se había destacado por sus reportajes favorables a los izquierdistas en la guerra española. La entrevista fue una hagiografía del personaje, al que envolvió en un falso romanticismo democrático.

Los revolucionarios eran débiles, pero aún más Batista, quien era muy impopular por su política corrupta y de represión, con un ejército desmoralizado compuesto por reclutas forzados, y sin apoyo de EEUU, ya que el presidente Eisenhower decretó un embargo de armas al gobierno cubano. Cuando Batista comprobó que no tenía apoyo militar ni policial huyó del país con una gran fortuna. Fidel Castro y los “barbudos” entraron en La Habana el 1 de enero de 1959 diciendo que iban a restaurar la Constitución de 1940. De hecho, tan solo el 5% de los cubanos habían apoyado a los comunistas en las últimas elecciones, y la aspiración mayoritaria era el retorno a la democracia. Pero el plan de Fidel era otro.

No es cierto que se echara en brazos del comunismo por la presión de EEUU. El camino fue inverso. En Washington pensaban que Castro establecería un régimen nacionalista y estatista, como ya había ocurrido en México y Bolivia. Castro no era marxista-leninista, pero encontró en el método soviético, el implantado en la URSS y sus satélites, un modo de crear una dictadura personal. La financiación y el apoyo logístico llegaron de Moscú para dar vida al dictador. Confiscó las empresas nacionales y extranjeras, especialmente estadounidenses y españolas, sin compensación, lo que provocó las restricciones establecidas por Eisenhower y Kennedy; el llamado “embargo”. Luego, Castro eliminó y reprimió a la oposición. Utilizó las revueltas campesinas contra su política y la invasión de Bahía Cochinos, en abril de 1961, para encarcelar, torturar y fusilar a los opositores, tareas en las que tomó buen protagonismo el Che. Incluso en esa ingeniería social hizo lo propio con los homosexuales, a los que intentó “reeducar”. Las cifras bailan, pero a mediados de los setenta había en la cárcel unos 40.000 presos políticos, 7.000 personas habían sido fusiladas, y un millón de personas dejaron la Isla.

Castro convirtió a Cuba en pieza de la Guerra Fría, y pidió a Kruschev que instalara misiles nucleares en su suelo en 1962. Al borde del conflicto, el acuerdo con Kennedy para la retirada de dicho armamento estableció el respeto al régimen cubano, lo que asentó aún más a su dictador. Castro estableció una tiranía personal, articulada en un partido único, el Comunista, confundido con el Estado. Colocó en cada barrio un Comité de Defensa de la Revolución para que los vecinos se vigilaran mutuamente, y una reforzó la policía política. Controló así la economía, la cultura, la educación, las fuerzas armadas, y la vida social hasta convertirse en el paradigma del totalitarismo: terror, propaganda y personalismo.

Es más; liquidados todos los que podían hacerle sombra, se propuso la expansión del modelo castrista a América Latina y África, como Angola y Congo, lo que llevó al surgimiento de guerrillas, la dilapidación de fondos, y a la muerte en Bolivia de Che Guevara en 1967. De hecho, en Cuba acabaron refugiándose los tupamaros uruguayos y los terroristas de ETA.

Desde 1959 la Isla se transformó en una ruinosa economía. Sí, había médicos, pero no medicinas; y escuelas y universidades, pero para adoctrinar. Las carencias de agua potable, alimentos, vivienda y transporte han colocado a la Cuba de Castro en el tercer mundo. El fin de la pensión soviética con la caída del Muro de Berlín no cambió nada. Castro apoyó el golpe de Estado contra Gorbachov, pero era tarde para el comunismo. Se permitió cierta libertad económica y apertura, y se vendieron los activos económicos para sobrevivir, hasta que apareció Hugo Chávez con su nueva financiación. La tiranía de Castro continuó, incluso cuando se retiró en febrero de 2008 para dejar paso a su hermano Raúl.

La ruina y la servidumbre de los cubanos serán difíciles de paliar cuando venga el “hecho natural”, y el ex dictador muera. Habrá escapado a la justicia, pero no al juicio de la Historia que, a contrapié de lo que dijo en el juicio por el fallido asalto al cuartel Moncada, no le absolverá.