Historia

Historia

Una historia repetida

La Razón
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Monseñor Ficarra, según relata Leonardo Sciascia, tuvo malas relaciones con el Vaticano desde que en 1938, siguiendo las indicaciones del episcopado siciliano, planteó un conflicto a las autoridades fascistas que no convino a la Secretaría de Estado. El obispo de Patti no acabó ahí sus roces con Roma, pues unos años más tarde, en 1946, la Democracia Cristiana perdió las elecciones entre su feligresía frente a una candidatura que incluía «a conocidos masones y a uno que otro excomulgado». Y lo mismo ocurrió en 1949 cuando los comicios municipales se convocaron nuevamente de forma adelantada. El partido democristiano culpó de ello a Ficarra, con lo que su expediente vaticano engordó considerablemente. Las presiones de la Iglesia para que abandonara su magisterio fueron tan intensas como la fortaleza del obispo para no hacerlo. Esta historia termina cuando en 1957 monseñor Ficarra se enteró por la prensa de su renuncia a la diócesis de Patti y su nombramiento como arzobispo titular de Leontópolis de Augustamnica, una localidad ésta que, aunque mencionada por Flavio Josefo, había dejado de existir hacía siglos. Su sorpresa fue mayúscula y aún trató de lograr, sin éxito, ser restituido a su antiguo destino antes de morir en 1959.

Algo parecido a esto –me refiero a la sorpresa– ha debido experimentar el presidente de la Asociación de Inspectores del Banco de España, Pedro Luis Sánchez, cuando hace poco más de una semana el director general de Supervisión de esa institución, Julio Durán, se despachó en una reunión del cuerpo de inspectores ridiculizándolo ante sus colegas y concluyendo con estas palabras: «Si no está a gusto, que pida una excedencia». El caso es que el señor Sánchez había ido ese mismo día al Congreso de los Diputados a declarar ante la comisión que investiga la crisis financiera. Lo había hecho, además, autorizado por el gobernador Linde a expresarse con libertad y eximido del deber de secreto. Claro que lo que dijo no gustó a nadie en la cúpula del Banco de España, pues fue severo con un modelo de supervisión bancaria en el que «no se comprueba con todo rigor el cuadro contable ... y los datos del balance desde hace ya casi tres años». Su crítica llegó al punto de afirmar que esta incuria en la vigilancia de los bancos «puede conducir a un desastre mayor que el sufrido» en la crisis. Además no se cortó un pelo al censurar la política de nuevas fusiones bancarias que impulsa Linde, argumentando que «una entidad más grande supone problemas más grandes, no más pequeños; y así ha ocurrido en todas las crisis hasta la fecha». Total, que quieren echarle, aunque Durán, varios días después, haya dicho que estaba de broma.

En este asunto, el Banco de España emula el método vaticanista de otro tiempo: libelo, acusación infundada, juicio de intenciones. Eso sí, ahora no se ofrecen sinecuras. La historia, como se ve, se repite una y otra vez, pero no como dijo Marx, pues los farsantes abundan en todo tiempo y lugar.